Segunda carta de Juan

Introducción general

Introducción

Las tres cartas, tradicionalmente atribuidas a san Juan, presentan una temática común, en especial la primera y la segunda y todas son muy cercanas al contenido y al lenguaje teológico del cuarto evangelio.

Las tres se deben a una misma mano –en este punto la mayoría de biblistas está de acuerdo–, aunque esa mano resulte misteriosa para nosotros. El título de «Anciano» con que se designa a sí mismo, no alude a un simple maestro (un escriba o un teólogo), encargado de aclarar algún punto doctrinal; posee ya un sentido técnico dentro del Nuevo Testamento y del ámbito eclesiástico. El «Anciano» se muestra en las cartas como responsable de la comunidad, a la que conoce bien y quiere ayudar pastoralmente con sus imperativos y exhortaciones; es el garante de la tradición evangélica. No dice su nombre, pero sus lectores sabían quién era. Este empleo tan singular parece confirmar la opinión de que se alude a un hombre de Iglesia especialmente venerado y destacado en aquel ámbito. 

Destinatarios y contenido de las cartas. A diferencia de la primera carta de Juan, estas dos mini-cartas son escritos personales, dirigidos a una comunidad específica que está bajo la responsabilidad del autor. Más que cartas, habría que denominarlas «notas o avisos breves», previos a una visita donde se discutirán a fondo los problemas, cara a cara (2 Jn 12; 3 Jn 14). 

Segunda carta de Juan. La «primera» de estas notas personales va dirigida a la «Señora elegida y a sus hijos» (1), en alusión a la Iglesia que forman sus destinatarios, Iglesia hermana de otra comunidad local a la que también llama «elegida». El tema que trata es doctrinal, presentado como un breve resumen del contenido de la primera carta de Juan. El problema es el mismo: muchos siguen afirmando que «Jesucristo no ha venido en carne mortal: ellos son el impostor y el Anticristo» (7). Respecto a esos tales, el consejo que da a los que se mantienen fieles a la enseñanza de Cristo es tajante: «no los reciban en casa ni los saluden. Porque quien los saluda se hace cómplice de sus malas acciones» (10s).