Autor, destinatarios y fecha de composición de la carta. La carta comienza con seriedad y solemnidad: doble nombre del remitente, «Simón» (hebreo) y «Pedro» griego; doble título, «siervo y apóstol». A lo largo del escrito el autor se refiere a otra carta precedente (3,1), recuerda su presencia en la transfiguración (1,18), llama hermano a Pablo (3,15), se siente a punto de morir (1,14). ¿Acaso no está claro quién es?
No. Lo que está demasiado claro es la ficción de la pseudonimia, comúnmente practicada entonces. El autor se presenta en el escrito como si fuera el apóstol Pedro. Ya en la antigüedad se discutió bastante sobre la autenticidad del autor. Hoy son raros los que la defienden. Las razones son convincentes. El autor se traiciona repetidas veces, como cuando se incluye en la generación post-apostólica (3,4), o se distingue de los apóstoles (3,2), o al discutir el retraso de la parusía (3,8). A lo cual hay que añadir diferencia de lengua, estilo y vocabulario.
Pero si el autor no es Pedro, sí nos dice cómo imaginaba al apóstol un cristiano de la segunda generación. Este autor escribe a creyentes convertidos del paganismo, como lo sugieren el estilo, los influjos de la filosofía estoica y el tipo de herejías que combate. Es probable que se trate del último escrito del Nuevo Testamento, compuesto hacia finales del s. I o comienzos del s. II.
Género y finalidad de la carta. Aunque se presenta y comienza como carta, el texto es más bien una exhortación. Teniendo en cuenta que el autor se dice próximo a la muerte (1,13-15), se podría catalogar el escrito como uno de esos testamentos espirituales tan corrientes entonces y de ilustre ascendencia bíblica. El autor se enfrenta con dos problemas principales: el retraso de la parusía o segunda venida del Señor y las herejías, preocupaciones comunes de la segunda generación cristiana.
La aparente tardanza de la victoria definitiva de Jesús enfriaba los ánimos de los creyentes y cundía el desaliento y la incertidumbre ante el gran acontecimiento que, con el correr de los años, aparecía cada vez más lejano. Los enemigos se burlaban de ellos: «¿Qué ha sido de su venida prometida?… todo sigue igual que desde el principio del mundo» (3,4).
El autor responde invitando a sus oyentes a mirar la historia con los ojos de la fe. El tiempo presente es el tiempo de la «paciencia de Dios», pues «no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan» (3,9). Por otra parte, el calendario de Dios es distinto del calendario de los hombres, pues para el Señor «un día es como mil años y mil años como un día» (3,8). De esta lectura de los signos de los tiempos, el autor saca su conclusión: una conducta irreprochable y santa no sólo sitúa al cristiano en el camino de la esperanza, sino que apresura «la venida del día de Dios» (3,12), viviéndolo ya como inminente y convirtiendo la espera no en una actitud pasiva, sino en activa colaboración que acelere la transformación final.
En cuanto a las herejías o falsas doctrinas, todo induce a pensar que se trata de una forma de gnosticismo, con sus historias de mitos y la insistencia en conocimientos arcanos. El autor no las nombra, sólo insiste en el libertinaje de los herejes. Ese «día» para ellos llegará como un ladrón en la noche.
1,1s Saludo. Típico saludo epistolar, en este caso un claro ejemplo de pseudonimia: para dar fuerza a su escrito, el remitente se presenta, sin serlo, como Simón Pedro –los manuscritos más antiguos hablan de Simeón, forma utilizada sólo en Hch 15,14–. Emplea además dos epítetos, «siervo y apóstol», propios de Pablo (Rom 1,1; Tit 1,1), que lo identifican como misionero oficial y significativo en la Iglesia primitiva. Los destinatarios son todos los que comparten la misma fe y la misma justicia –misericordia– de Dios, probablemente comunidades judeocristianas de Asia Menor. La continuidad del saludo en el versículo 2 es común en las cartas paulinas: «gracia y la paz», aunque aquí encontramos un énfasis nuevo: que «abunden» (cfr. 1 Pe 1,2) a través del conocimiento de Dios y de Jesús.
1,3-15 Vocación cristiana. He aquí una exhortación de acción de gracias por la fe y la vocación recibida (1,5.10). En el versículo 3 se resalta la potencia de Dios generadora de vida, piedad y conocimiento de Jesús. Dios es la vida que nos permite conocer a quien dio su vida por nosotros. Expresiones como «naturaleza divina», «malos deseos» o «mundo» (4) son una clara influencia de la filosofía helenista. Sólo optando por el proyecto de Dios podemos vencer el mundo, símbolo de corrupción y maldad.
En los versículos 5-7 tenemos una lista de las ocho virtudes típicas del helenismo, también presentes en otros lugares del Nuevo Testamento (Rom 5,3s; Gál 5,22s), que comienza con la fe y termina con el amor; semillas que sólo crecen a través del conocimiento de Jesús. Los versículos 10s son una invitación a mantenerse firmes en la fe recibida, como cuota inicial para entrar en el reino de Jesús. Del carácter teológico del reinado de Dios, propio de los evangelios sinópticos (Mt 5,20; 7,21; 18,3; 19,23.24), se pasa a un carácter cristológico –reino de Jesús– propio del período pospascual.
La fuerza de los versículos 12-15 está en el verbo «recordar». El autor, sintiéndose apóstol centinela, hace memoria de las palabras de Jesús mediante el género literario «testamento» al mejor estilo de Moisés (cfr. Dt 31, donde anuncia su muerte y da instrucciones para recordar en el futuro), Josué (Jos 22) o David (2 Sm 23).
1,16-21 Testigo de la gloria de Cristo. El autor defiende la parusía de Cristo (16) como fruto, no de leyendas, sino de experiencias vividas. Y aparece entonces el recuerdo de la transfiguración como mensaje profético (18; cfr. Mt 17,3s), que como lámpara (19b) nos permite ver a Jesús en su doble dimensión de glorificado (17; cfr. Mt 17,1s) e «Hijo querido y predilecto» de Dios (17; cfr. Mt 17,5). La parusía, más que preocupación por lo que viene, es un ejercicio profético del presente que hace memoria comunitaria de Jesús para vivirlo como sol de la mañana y vencer así los problemas de la oscuridad llenando de luz el día por venir.
El contenido de los versículos 20s ha sido fundamental en la definición de los principios de inspiración e interpretación bíblica en la tradición de la Iglesia. La Escritura requiere del Espíritu para su interpretación. Esto no excluye la razón, lenguaje humano a través del cual actúa el Espíritu, ni la comunidad eclesial, lugar privilegiado donde actúa el Espíritu.
2,1-22 Contra los falsos profetas y maestros. Este capítulo tiene como objetivo desenmascarar a los «falsos maestros» que arruinan la vida de las comunidades. Toma como base la carta de Judas, que a veces cita casi literalmente (cfr. 1 y Jds 4; 4 y Jds 6; 6 y Jds 7; 9 y Jds 6; 10 y Jds 7s; 11 y Jds 9; 12 y Jds 10; 13 y Jds 12; 15 y Jds 11; 17 y Jds 12s; 2 y Jds 16; 3 y Jds 12s). La doctrina de los «falsos maestros» se caracteriza por renegar del Señor (1; cfr. 1 Jn 2,22s) e imponer en las comunidades un estilo de vida que privilegia el sectarismo, la idolatría, la inmoralidad, el desprestigio del camino de la verdad –la vida cristiana–, el amor al dinero con engaño, el libertinaje, el desprecio de la autoridad de Dios, las actuaciones animalescas, el insulto, la corrupción, el adulterio y la avaricia.
Para reforzar sus argumentos trae a colación tres ejemplos de castigos tomados del Antiguo Testamento: los ángeles pecadores (4; cfr. Gn 6,1-4), el diluvio (5; cfr. Gn 7-9) y Sodoma y Gomorra (6; cfr. Gn 19,1-28). Quien actúa de esta manera se contagia del síndrome de Balaán, que consiste en vivir para la codicia (15), en asumir la vida como un espejismo (16), en una enseñanza vacía y estéril que seduce a los frágiles en la fe (18) y en ser esclavos de la corrupción con señuelos de libertad (19). En medio de los castigos, el autor recuerda positivamente a personajes como Noé y Lot (5-8), hombres religiosos (9) que lograron vivir en fidelidad al proyecto de Dios, y por eso fueron liberados por el Señor.
Los versículos 20s son una dura advertencia para los que tienen una fe ambigua y débil, para quienes conociendo a Jesús, camino de justicia, se rinden fácilmente ante las «inmundicias del mundo». Las palabras del versículo 21 recuerdan la dura sentencia de Jesús contra quien habría de entregarlo: «más le valdría a ese hombre no haber nacido» (Mt 26,24).
La conclusión (22) se hace a partir de dos refranes, uno de origen sapiencial bíblico (cfr. Prov 26,11) y otro de origen helenista.
3,1-18 Retraso de la parusía. El tema predominante de toda esta sección es el día de la venida o parusía. En los dos primeros versículos, el autor resalta el valor evangelizador de las cartas apostólicas, la importancia de los recuerdos para despertar la conciencia cristiana, que él llama «mentes sinceras» (1), y el papel de la memoria, que sirve para unir en un solo proyecto, el de Jesús, los dos Testamentos, en clara alusión a profetas y apóstoles.
En los versículos 3s, el autor, como si ya conociera los planes divinos –«ante todo deben saber»– previene contra los adversarios que con cinismo, falsedad y entregados al libertinaje niegan la venida con el argumento de la inmutabilidad del mundo desde sus orígenes (4). La verdad es que a quienes tienen el poder no les interesa que las cosas cambien, para poder seguir dominando y enredando las comunidades a su antojo.
En los versículos 5-10, el autor refuta los argumentos de quienes niegan la parusía apelando a la fuerza de la Palabra de Dios, que crea el cielo y la tierra (Gn 1), pero que en un momento de la historia lo destruye a través del diluvio (Gn 7) para sacar un mundo nuevo. El cielo y la tierra, que siguen siendo fruto de la Palabra creadora de Dios (5), están a la espera de una nueva «purificación» en el juicio final a través del fuego, cuando serán condenados los seres humanos perversos. Cabe anotar que después de cada destrucción surge una realidad nueva. Cada vez que destruimos situaciones de injusticia, violencia y muerte y permitimos que surjan nuevas realidades de justicia y fraternidad, adelantamos en la tierra pequeños momentos de parusía.
Otro argumento contra los adversarios tiene que ver con el tiempo.
Hay que diferenciar entre el tiempo de Dios –«kairos» (cfr. Sal 90,4)– y el tiempo humano –«kronos»–. De otra parte, la dilación del tiempo es una opción paciente de Dios que tiene como objetivo dar oportunidad para que todos se salven (cfr. Jn 3,16-17; 1 Tim 2,4).
Para describir la venida (10), el autor trae las figuras del ladrón y del fuego, recogidas de la tradición sinóptica (Mt 13,40.50; 24,29.35.43; 25,41) y apocalíptica (Ap 20,11; 21,1).
En los versículos 11s se dice que vivir en santidad permite apresurar la venida del Señor. El autor insiste en que la parusía no debe llevar a la pasividad esperando el fin de los tiempos; al contrario: hay que vivir y trabajar para que el mundo camine por senderos de paz, de honestidad y reconciliación (14). La mención de las cartas de Pablo (15s), escritas con sabiduría, pone de manifiesto su importancia en las comunidades, pero al mismo tiempo el autor reconoce que el mensaje de Pablo fue manipulado, falsamente interpretado y corrompido por los falsos maestros.
El final no tiene forma epistolar, al carecer de saludos y despedidas. Los versículos 17s, que forman una inclusión con 1s, retoman de manera conclusiva algunos temas tratados a lo largo de la carta: estar prevenidos para no ser engañados por los falsos maestros (17) y crecer en gracia y conocimiento de Jesús (18).