Segunda carta a Timoteo

Introducción general y comentarios al texto

Capítulos:

Introducción

En esta segunda carta la exhortación se hace más personal y animada. Pablo ofrece su ejemplo, recuerda su ministerio, se prepara a morir. Frente a los falsos maestros, que cobran número y fuerza en los últimos días, el líder responsable ha de ser como un soldado, un obrero, un empleado fiel, pieza del ajuar doméstico, y valiente testigo. 

Comentarios

1,1-5 Saludo y acción de gracias. Pablo, o el autor que personifica al Apóstol, se presenta como siempre señalando ya desde el principio su condición de apóstol «por voluntad de Dios» (1) y no por mera decisión humana. Si este dato ha sido importante en las cartas salidas de la pluma del mismo Pablo, lo es aún más en las «cartas pastorales» donde estaba en juego el traspaso de la autoridad apostólica a la nueva generación de responsables cristianos quienes, no teniendo quizás el prestigio y el carisma personal del Apóstol, necesitaban más del reconocimiento de su liderazgo por parte de la comunidad.

Al pasar de la Primera a la Segunda carta a Timoteo escuchamos un tono diverso, más personal en los recuerdos, más cordial en los consejos y avisos. Pablo espera su destino final en una cárcel de Roma y parece que quiere dar a su escrito un carácter de testamento. Contemplando, pues, su desenlace próximo y el futuro de su discípulo y sucesor, Timoteo, recuerda emocionado las lágrimas de éste al decirle adiós y la «fe sincera» (5) que profesa y que recibió en el seno familiar. Sabemos que Timoteo nació de padre pagano y de madre judía convertida (cfr. Hch 16,1) y que fueron su abuela y su madre las que le dieron una educación cristiana. Son recuerdos que llevan al Apóstol, día y noche, a orar por su querido hijo en la fe (1 Tim 1,2). 

1,6-18 Fiel a la Buena Noticia. Las palabras de Pablo están impregnadas de la urgencia y la emoción de las últimas recomendaciones. Comienza recordando a su discípulo y sucesor el momento solemne de la imposición de manos (cfr. 1 Tim 4,14; Hch 6,6), en alusión al rito en que le fue trasmitida la autoridad apostólica, es decir el carisma o don del Espíritu para dirigir a la comunidad con valentía y dar testimonio acerca de la buena noticia de «la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús» (10; cfr. Tit 2,11), de la que él mismo, Pablo, se considera «predicador, apóstol y maestro» (11) y por la que ha luchado, sufrido y por la que ahora está en la cárcel. 

Esta situación de penalidades y de privación de libertad no la considera en manera alguna como fracaso de su apostolado o del Evangelio del que es heraldo, pues el Apóstol se siente tan identificado personalmente con la Buena Noticia que predica, que tanto su vida y su destino, como el mismo mensaje evangélico, los contempla como un depósito que está seguro en las manos de aquel que puede custodiarlo hasta el último día (12). Este depósito de la fe debe ser también la norma de vida de su discípulo Timoteo, gracias a la presencia del Espíritu.

2,1-19 Soldado de Cristo. Pablo entra en el tema central de esta carta-testamento con tres recomendaciones a su discípulo. La primera: que escoja personas de fiar a quienes pueda trasmitir el legado de la Palabra de Dios que él mismo, Timoteo, recibió públicamente «en presencia de muchos testigos» (2). 

No sólo es su deber guardar fielmente la «memoria de Jesús» que recibió de su maestro Pablo, sino asegurar que esa memoria se mantenga intacta de una generación a otra.

La segunda: siendo esta «memoria de Jesús» la memoria de un «crucificado», el sufrimiento que acompañará a sus seguidores tiene un valor evangélico. Así ha entendido Pablo siempre sus sufrimientos de apóstol y así interpreta ahora su prisión: «todo lo sufro por los elegidos de Dios, para que… alcancen la salvación y la gloria eterna» (10). El Apóstol exhorta a su discípulo a tener esta «memoria» siempre delante de sus ojos: «acuérdate de Jesucristo, resucitado de la muerte» (8), terminando con la cita de un bello poema en la que ve al creyente entrando en plena comunión con el misterio redentor de Cristo, tanto en su pasión como en su gloria.

La tercera exhortación se refiere al tema constante de las «cartas pastorales»: los falsos doctores, y la actitud que deberán tener los responsables de la comunidad frente a ellos. Contrapone a la palabrería profana y peligrosa de esos tales, la palabra de la verdad que es el Evangelio. Cita un ejemplo de estas doctrinas peligrosas: la de aquellos que decían que la resurrección había tenido ya lugar en el bautismo y que no había que esperar otra, o sea, la resurrección después de la muerte (Jn 5,28s). Para asegurar que las falsas doctrinas no prevalecerán, el autor emplea una bella metáfora: la piedra fundacional de la Iglesia lleva dos inscripciones grabadas, una se refiere a la presencia protectora del Señor que «conoce a los suyos» (19a). La otra advierte a los que invocan su nombre a alejarse de toda esa falsedad a la que llama «injusticia» (19b).

2,20-26 La Iglesia, la casa grande. Con la imagen de la Iglesia como la «casa grande», imagen favorita de las cartas pastorales, el autor concluye estas primeras exhortaciones a Timoteo. Esta casa cuyo único dueño es el Señor, tiene su ajuar humano para las diversas tareas más o menos honoríficas: «recipientes de oro y plata… de madera y de loza» (20). Y todos están llamados, especialmente los responsables de la comunidad, a convertirse en «recipiente noble… útil para el dueño» (21), no a través de discusiones inútiles y peleas dialécticas, sino a través del testimonio de una vida que practica «la justicia, la fe, el amor, la paz» (22). Sólo así será posible atraer a los descarriados al arrepentimiento y a la verdad.

3,1-13 Los últimos tiempos. Comienza aquí una exhortación para los tiempos finales que se avecinan. Dado el carácter de testamento de esta carta, Pablo prevé su final próximo –el autor que personifica al Apóstol conoce su martirio–, de modo que no podrá prestar su ayuda en los tiempos difíciles que se avecinan. Antes de partir –víctima de la persecución– da consejos a su sucesor y le previene de lo que va a suceder. Es lo que hacía Jesús en los discursos escatológicos (Mt 24; Mc 13), y lo decía expresamente: «se lo digo ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean que Yo soy» (Jn 13,19). El discípulo y sucesor de Pablo tendrá que valerse de las enseñanzas y ejemplos del maestro y de lo que aprendió por la Escritura.

La maldad de los tiempos se presenta con una enumeración retórica de tipos malvados, inspirada en las listas de vicios que denunciaban tanto la moral judía como la griega. Todo apunta al clima de corrupción de la sociedad en que vivían las comunidades cristianas, corrupción que también se «mete en las casas» (6) de los creyentes por medio de esos individuos corruptos que presentan sus elucubraciones con ropaje de religiosidad pero que rechazan sus exigencias. Timoteo como responsable de la comunidad debe estar en guardia y evitarlos. Pero no prevalecerán, como no prevalecieron aquellos rivales de Moisés que se opusieron a su misión.

Timoteo, por el contrario, se ha mantenido fiel a la enseñanza recibida de su maestro y su fidelidad a la memoria de Jesús se manifiesta en el testimonio de una vida de «fe, paciencia, amor y perseverancia» (10) y, sobre todo y al igual que Pablo, en la marca de autenticidad de la misión apostólica: «mis persecuciones y sufrimientos» (11). La persecución forma parte de la vida de un apóstol, como anunció Jesús: un discípulo no es más que su maestro (Mt 10,24; cfr. Hch 9,16). No sólo de los apóstoles sino de todo cristiano y cristiana auténticos.

3,14–4,5 Servidor de la Palabra de Dios. La última recomendación a Timoteo que pone el autor de la carta en boca de Pablo se centra en la Sagrada Escritura, «que desde niño conoces» (15), y que, siendo inspirada por Dios le dará la sabiduría para guiar a la comunidad en el ministerio de «enseñar, argumentar, encaminar e instruir en la justicia» (16). Es éste uno de los textos en que la Escritura atestigua sobre sí misma, –el otro es 2 Pe 1,19-21– que es «inspirada por Dios», soplada por el aliento divino. El autor hace así eco de la tradición bíblica del Antiguo Testamento que decía por boca de David: «el espíritu del Señor habla por mí, su palabra está en mi lengua» (2 Sm 23,2). 

La tradición cristiana la recogió y extendió la inspiración a los libros del Nuevo Testamento. Es esta Palabra la que convierte al cristiano en «hombre y mujer de Dios» en sentido bíblico, es decir, en «profetas», en personas que escuchan, practican y proclaman la Palabra de Dios.

El carácter de «testamento» que tiene la carta, alcanza aquí su máxima intensidad. Tomando a Dios y a Jesucristo por testigos y teniendo como horizonte el final de la historia, el Apóstol conjura solemnemente a Timoteo que «ahora» es el tiempo de anunciar la Palabra de Dios. Una cascada de imperativos expresa la urgencia y la necesidad del anuncio: proclama, convence, reprende, exhorta (2), vigila, aguanta las pruebas, realiza la tarea, cumple tu ministerio (5).

Nunca ha sido mejor expresada la vocación y la misión fundamental del ministerio ordenado –obispos, sacerdotes, diáconos– dentro de la Iglesia: ser servidores de la Palabra de Dios. Y en comunión con los responsables de la Iglesia, la misión y la vocación de todos los creyentes.

4,6-22 Recomendaciones y saludos finales. Al concluir su testamento, Pablo se ve a sí mismo justamente como un servidor de la Palabra que se enfrenta con la inminencia de la partida definitiva. La muerte próxima y violenta del Apóstol, al igual que toda su vida apostólica al servicio del Evangelio, tiene un carácter de sacrificio litúrgico, una libación (6). La partida será un levar anclas. Es un atleta que ha competido hasta el final y ahora se dispone a recibir la corona del premio (1 Cor 9,25). Sólo que en esta competición no es coronado uno solo, sino cuantos corren con esperanza invencible. El «justo juez» es el árbitro de la competición y él «me salvará en su reino celeste» (18). El prisionero siente la soledad por el abandono o desvío de algunos colaboradores y la hostilidad de un conocido. En esa mezcla de nombres, algunos conocidos –cuatro figuran en la carta a los Colosenses– y en los datos sobre el proceso no sabemos cuánto es reflejo de hechos que conocía el autor de la carta y cuánto es aportación suya. Con un «gracia a todos ustedes» (22) termina Pablo su testamento.