Evangelio de LUCAS

Introducción general y comentarios al texto

Introducción

Contexto histórico. La obra de Lucas nos sitúa en la segunda generación cristiana. Los cristianos se van asentando y expandiendo cada vez más dentro del mundo romano, aunque son vistos frecuentemente con recelo y sospecha. Urge, pues, presentar el ideal cristiano como un ideal apto e inofensivo para la sociedad romana, como una práctica religiosa que puede subvertir el mundo no con la violencia de las armas ni de las guerras, sino con la fuerza del Espíritu que ya está actuando y que va convirtiendo muchos corazones al Señor Jesús. Por otro lado, en la medida que se radicaliza la ruptura entre la Iglesia cristiana y la Sinagoga judía, va surgiendo en las comunidades cristianas cierto rechazo a la historia de salvación precedente, y es necesario resaltar aquello que une el cristianismo con el judaísmo. Éste es, quizás, el contexto en que Lucas escribe su evangelio.

Destinatarios. Por los datos que nos brinda el evangelio, se trataría de una comunidad de cristianos mayoritariamente de origen pagano y geográficamente distante de Palestina. Ella estaría llamada a ser testigo del plan liberador de Dios en el mundo, plan liberador que difiere en todo al plan del imperio, pues no se basa en las armas, sino en el poder de Dios que actúa en la Iglesia. Plan que ya estaba presente en la historia a través de los profetas del Antiguo Testamento y que ahora por medio del Espíritu de Jesús se va realizando en la Iglesia, nuevo pueblo de Dios.  

Autor, fecha y lugar de composición. La tradición lo ha titulado «según san Lucas», dando así su autoría al «médico querido» de Pablo (Col 4,14), que también aparece en Flm 24. 

En cuanto a la fecha de su composición, el autor tiene noticia de la destrucción de Jerusalén (año 70), pero no de la persecución de Domiciano (año 90-95), y también parece vivir el rechazo oficial de la sinagoga a los cristianos (entre el año 85 y 90); por eso muchos biblistas sugieren como fecha probable la década de los 80. 

En cuanto al lugar de su composición hay mucha conjetura. La tradición habla tanto de Cesarea, Alejandría como del sur de Grecia, entre otros lugares.

Un evangelio que forma parte de una gran obra singular. A pesar de su fuerte dependencia de Marcos y del hipotético documento Q, Lucas presenta un evangelio muy peculiar que le distingue notablemente de los demás.

Parte de un plan más amplio. Constituye la primera parte de una obra mayor que continúa con los Hechos de los Apóstoles, y ocupa una posición intermedia en el gran arco de la historia de la salvación, que comprende: el tiempo de las promesas del Antiguo Testamento; el tiempo de Jesús, realización de las promesas del Antiguo Testamento; y el tiempo de la Iglesia, el tiempo de la acción del Espíritu Santo. La conexión entre estos «tres tiempos» de la historia de la salvación es esencial para conocer la misión de Jesús tal como nos la presenta Lucas en su evangelio. Los personajes de la infancia, especialmente Simeón, encarnan esa tensión entre el pasado y el momento culminante que ha llegado. No menos importante es la continuación de la obra de Jesús: la expansión de la Iglesia. Como el Antiguo Testamento profetiza y prefigura a Jesús, así Jesús profetiza y prefigura la misión de los apóstoles. Los forma a su lado, los instruye, los previene, les da su Espíritu. Después, al contar sus «Hechos», Lucas se complace en establecer paralelos, en ver en esos pioneros de la primera evangelización el modelo de Jesús que sigue presente y actuando en su Iglesia y en el mundo.

Visión histórica. Lucas se presenta como un historiador al mejor estilo griego: cuidadoso en consultar sus fuentes y exponer los hechos. Sabe recoger y ordenar los datos de los acontecimientos que le interesa narrar. Sin dejar de proclamar la fe, intenta hacer una obra de historiador. Entrelaza su relato con fechas de la historiografía secular, colocando así la misión de Jesús en el amplio marco de los acontecimientos del imperio. 

En su evangelio una comunidad de creyentes, autónoma y consolidada vuelve la mirada hacia sus orígenes, hacia la vida de Jesús, desde sus inicios hasta su ascensión al cielo. Y a la vez, una comunidad, sanada ya de aguardar una parusía inminente, toma conciencia de su ser y de su vocación histórica en el seno de la ordenación política y cultural de su tiempo. 

Jerusalén. Es el centro geográfico y teológico de su obra. Allí comienza y concluye el itinerario de Jesús. De allí arranca la evangelización, en alas del Espíritu, hasta el confín del mundo.

Jesús, movido por el Espíritu, anuncia la liberación. Los «tres tiempos» de la historia de la salvación se mueven en Lucas a impulso del Espíritu Santo. Es Él el que inspira y guía a los profetas y las profetisas del Antiguo Testamento hasta sus dos últimos representantes, Simeón y Ana (2,25-38). Es Él el que desciende plena y definitivamente sobre Jesús de Nazaret (3,21s). Y es Él el que, siendo ya el Espíritu del resucitado, inaugura el tiempo de la Iglesia en Pentecostés, llevando la palabra de vida y liberación del Evangelio hasta los confines del mundo y hasta el final de los tiempos. 

El tema dominante de su evangelio arranca de la escena programática en la que Jesús, movido por el Espíritu, da inicio a su ministerio: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres… la libertad a los cautivos… a los oprimidos… para proclamar el año de gracia del Señor» (4,18s). Después vendrá el viaje ascencional hacia Jerusalén (9,51), que llevará a Jesús junto a sus discípulos hacia la cruz, hacia el cielo. 

Por el camino va derramando la misericordia y el perdón, acogiendo a los pecadores, buscando a los extraviados y ayudando a los pobres y necesitados. Su predicación se abre a los paganos –incluso procura dejar bien parados a varios personajes romanos–, a la vez que registra una creciente oposición de las autoridades judías. 

Las mujeres, minusvaloradas y despreciadas en su cultura, desempeñan un papel sobresaliente en su ministerio. Como fruto de la liberación, va dejando tras de sí una estela de gozo y de alegría. El Espíritu comienza a actuar, preparando su acción dominante en los Hechos. 

Con otra escena programática cierra Lucas su evangelio: Jesús resucitado, en viaje hacia Emaús, propone la clave pascual del cumplimiento de la profecía y la sella con una eucaristía (24,13-35).

Sinopsis. Empieza con una doble introducción, notable por su construcción en bloques paralelos: infancia de Juan y de Jesús (1s). Continúa con el bautismo y las tentaciones (3,1–4,13). El ministerio en Galilea se abre con la fuerza del Espíritu (4,14) y se cierra con el poder del nombre de Jesús actuando más allá del círculo de sus discípulos (9,49s). Sigue el gran viaje a Jerusalén como cuadro narrativo (9,51–19,28) y concluye toda la obra en esta ciudad: confrontación, pasión, muerte, resurrección y ascensión (19,29– 24,53).

Comentarios

1,1-4 Prólogo. El evangelio de Lucas comienza con un prólogo que revela varias puntos importantes: 1. Existen ya tradiciones sobre la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. 2. Algunos han intentado organizarlas de modo sistemático. 3. Lucas también decide hacerlo, con el objetivo de proporcionar a los cristianos una base sólida para su fe. 4. La obra está dedicada a un tal Teófilo que podría ser un personaje real, pero también ficticio; Teófilo significa «amigo de Dios», y a eso debería aspirar cada creyente.

1,5-25 Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. En este relato es importante considerar ciertos detalles que nos ayudarán a comprenderlo mejor. Zacarías e Isabel son presentados como personas «rectas» e «irreprochables» (6), que no tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada (7). Pero Dios escucha sus oraciones y se aparece a Zacarías en el templo. Isabel y Zacarías simbolizan en cierto modo al pueblo que espera las promesas del Señor. Zacarías queda impactado por el anuncio del ángel y su posterior mudez ilustra la respuesta escéptica del pueblo (19-20). La futura misión del niño prometido se describe con características extraordinarias (14-17). La Palabra de Dios se cumple y el embarazo de Isabel es testimonio de ese cumplimiento (24).

1,26-38 Anuncio del nacimiento de Jesús. María es una joven comprometida con José. Aunque su matrimonio está arreglado, viven separados guardándose mutua fidelidad. El ángel del Señor se aparece a María, no en el templo de Jerusalén como a Zacarías, sino en su casa humilde de Nazaret. Y le anuncia el cumplimiento de las promesas divinas (30-33). María y «la Palabra de Dios» son los protagonistas de este relato. «María», símbolo de una porción del pueblo que espera y está abierta a la voluntad de Dios. Y «la Palabra», que crea, transforma, da seguridad y que, sin violentar la libertad, invita a una adhesión y aceptación gozosa de la voluntad divina: «que se cumpla en mí tu palabra» (38).

1,39-56 María visita a Isabel. Sobresalen en este relato dos mujeres, dos niños en el vientre materno y el Espíritu Santo que llena de gozo a Isabel para bendecir a María y al «Fruto de su vientre» (42). El Espíritu Santo también mueve a María a cantar el «Magnificat» (46-55), exaltando las grandezas que hace el Señor por medio de las personas humildes, de las que no cuentan, pero que confían en Él. Lucas observa cómo los poderosos y ambiciosos conducen la historia según el poder, la posesión y el dominio, dejando de lado una estela de empobrecidos, marginados y excluidos. Sin embargo, Dios obra justamente a través de estos últimos. Por esto, precisamente, el cántico de María es revolucionario: invita a confiar en el poder del Señor que obra a través de los humildes. El «Magnificat» es una invitación a que todo creyente de corazón sencillo proclame la grandeza del Señor no solo con sus labios, sino también con su esfuerzo y lucha diaria.

1,57-80 Nacimiento de Juan el Bautista. El nacimiento de Juan da cumplimento a las palabras del ángel. Solo cuando Zacarías se une al plan divino, confirmando el nombre de su hijo, recupera la palabra y alaba al Señor. El cántico de Zacarías (67-79) es un reconocimiento al poder del Señor que cuida a su pueblo y realiza sus promesas; es una alabanza por la pronta llegada del Mesías, al que Juan, su hijo, le preparará el camino. 

2,1-20 Nacimiento de Jesús. Lucas enmarca el nacimiento de Jesús en unas coordenadas históricas concretas: en tiempos del emperador Augusto y del primer censo realizado cuando Quirino era gobernador de Siria (1s). Jesús nace en Belén porque José y María habían viajado hacia allí para inscribirse en el censo, ya que José pertenecía a la casa y familia de David (4-7). Unos pastores, gente sencilla y marginal, son testigos del nacimiento del Salvador (8-20). Pese a la humildad del cuadro en el pesebre, hay algo que le da a todo el ambiente un brillo especial: la alegría, lo cual motiva a la glorificación y la alabanza a Dios; y en medio de todo, Lucas resalta otro detalle: todo esto, María lo medita y lo conserva en su corazón (19).

2,21-40 Circuncisión y presentación de Jesús – Bendición de Simeón – Alabanza de Ana – De vuelta a Nazaret. Los padres de Jesús, fieles a las tradiciones de su pueblo y a lo mandado por el Señor, cumplen con tres ritos establecidos por la Ley. Mediante la circuncisión (Lv 12,3), al octavo día de nacido, el varón israelita queda incorporado al pueblo de la alianza. La presentación del primogénito varón, a los cuarenta días, es la consagración de todos los primogénitos al Señor (Éx 13,2). Por último, la purificación de María (Lv 12,1-4). Sobre este contexto, llama la atención el encuentro con Simeón (28-35) y Ana (36-38), dos ancianos que representan al pueblo judío que espera y confía en las promesas de Dios y que en el niño Jesús contemplan su realización, Él es el Salvador, la luz para iluminar a los paganos y la gloria del pueblo de Israel.

2,41-52 El niño Jesús en el Templo. Con este relato, Lucas revela dos cosas importantes de la autoconciencia de Jesús: su filiación divina (las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Lucas son «mi Padre») y su misión («los asuntos de mi Padre»). Nadie entiende nada, nadie discute nada, ni siquiera sus propios padres; sin embargo, María guardaba todo esto en su corazón.

3,1-20 Juan el Bautista – Encarcelamiento de Juan el Bautista. Lucas presenta a Juan en la línea de los profetas antiguos, Dios ofrece una oportunidad más a su pueblo para la conversión; la era del Mesías está próxima y la misión mesiánica no podrá ser asimilada si no hay una disposición interior, un camino «allanado» para recibir al enviado definitivo de Dios.

3,21s Bautismo de Jesús. En este pasaje, el evangelista resalta la manifestación divina que ocurre después del bautismo. La voz del cielo confirma a Jesús como el hijo predilecto de Dios y como su enviado. Al renovar nuestro bautismo, nosotros también debemos asumir que Dios nos confirma como hijos e hijas suyos y nos envía a anunciar su reino. ¿Seremos capaces de mantener viva y operante tal confirmación divina?

3,23-38 Genealogía de Jesús. Mientras la genealogía de Jesús en Mateo arranca desde Abrahán hasta José, esposo de María, la genealogía de Jesús en Lucas va en sentido contrario: empieza por José y se remonta hasta Adán, hijo de Dios. En tal sentido, Lucas rompe las fronteras judías, Jesús es el fruto de un designio divino mucho más amplio, más universal, que, aunque se concreta en un punto determinado del tiempo y del espacio, su misión y sus efectos, sin embargo, tendrán resonancias cósmicas y universales.

4,1-13 La prueba en el desierto. Las tentaciones, tal como las presenta Lucas, están en relación directa con la vocación mesiánica de Jesús, quien no toma el camino fácil para realizar su misión, sino que se somete a la voluntad del Padre, que conlleva siempre el respeto a la libertad y dignidad humana; y que acarrea, inevitablemente, sufrimiento, incomprensión, dolor, entrega y servicio constante.

4,14-30 Comienza su proclamación – En la sinagoga de Nazaret. El Espíritu Santo y la Palabra son la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús. Pero hay otros aspectos que siempre estarán presentes y que Lucas revela en este pasaje: el rechazo, que comenzó siendo simpatía y admiración pero que se torna en antipatía suscitada por la duda sobre su persona (22) y poder (23); y la posterior hostilidad (28s), que le empuja a anunciar la universalidad de su misión: si el pueblo de Israel la rechaza, otros, que no son israelitas, estarán dispuestos a aceptarla.

4,31-37 Enseña y exorciza en Cafarnaún. Debemos asumir que la hostilidad del espíritu inmundo se debe a las enseñanzas de Jesús, que no son otras que las que ya había anunciado en la sinagoga de Nazaret: «la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, la liberación de los oprimidos y el año de gracia del Señor» (4,18s). El demonio, que puede representar la actitud de cualquier creyente, también es capaz de declarar su fe, conoce a Jesús y puede definirlo como «enviado», «ungido», «Mesías» de Dios (34.41); pero ¿es suficiente?, ¿no tiene que haber un cambio radical de vida desde el momento en que se conoce a Jesús y se escucha su palabra?

4,38-44 Sana y exorciza en torno a la casa – Oración y misión de Jesús. Para Jesús, la persona es el lugar definitivo donde llega a realizarse el reino, por eso sana y exorciza. Los pobladores de Cafarnaún lo quieren retener, pero Él tiene que ir a más lugares porque para eso ha salido, para hacer llegar a todos los pobres la Buena Noticia del reino. Jesús no es «propiedad» de nadie ni es exclusivo de un grupo o lugar. Su mensaje de salvación es universal, está abierto a todo aquel que lo acoge. Y sus discípulos deben tener la misma actitud del Maestro.

5,1-11 Llama a sus primeros discípulos. Con el signo de la pesca abundante, Jesús plantea a Simón el desafío de la vocación. Simón ha visto en este signo una intervención extraordinaria y solo se le ocurre decir: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!» (8). Dios no aparta de sí al hombre por su condición de pecador. Mientras Simón suplica al Señor que se aleje, Jesús se le acerca más y lo anima con las mismas palabras que usa la Biblia para tranquilizar al hombre cuando ha descubierto la grandeza divina: «no temas». Simón Pedro y sus compañeros, a pesar de su condición, son invitados a confiar en la Palabra y a ser multiplicadores de esa Palabra en cuyo nombre obtendrán pescas abundantes, no ya de peces sino de hombres (10).

5,12-16 Sana a un leproso. La palabra y los gestos de Jesús rescatan al excluido, al marginado, y lo incorporan de nuevo en la comunidad. En la nueva comunidad no puede haber marginados ni excluidos, so riesgo de contradecir la misión de Jesús, que es el rescate y la recuperación de todos. El versículo 16 nos presenta a un Jesús consecuente con su decisión de no hacer de su misión un mesianismo exaltado; pese a su fama y al gentío que lo asedia, Él se aparta a lugares solitarios a orar.

5,17-26 Sana a un paralítico. Lo primero que llama la atención en este pasaje es el auditorio que escucha a Jesús: fariseos y doctores de la Ley venidos de Galilea, de Judea y de Jerusalén (17a). Por una parte, Jesús «poseía fuerza del Señor para sanar» (17b), y, por otra, se presenta ante ellos como el Hijo del Hombre que tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (24), una atribución exclusiva de Dios. Este episodio es el 

inicio de las confrontaciones del judaísmo oficial con Jesús, que culminarán en la cruz. Para aceptar a Jesús hay que salir de la postración y abrirse a Él, de tal modo que aun sin confesar nuestros pecados –el paralítico no se confiesa– nos sintamos perdonados y acogidos por Él para comenzar una vida nueva.

5,27-32 Llama a Leví: comparte la mesa con pecadores. Mientras Jesús «pierde puntos» con el judaísmo oficial, «va ganando», sin embargo, en la instauración del reinado de Dios; mientras pierde su vida ante los que pueden matar el cuerpo (Mt 10,28), va ganando vida cada vez que personas como las que lo acompañan en la mesa se convierten y se abren a este acontecimiento nuevo, que es la presencia del «novio» (34s), del reino, que subvierte el orden establecido, mantenido por el legalismo de los fariseos y doctores de la ley.

5,33-39 Sobre el ayuno. El Mesías ya está en medio del pueblo y solo los que lo aceptan celebran su presencia como un banquete permanente; esta es la clave para entender las comparaciones que propone Jesús respecto a la novedad de su persona y de su obra (36-39): una realidad tan novedosa como su misión, que empieza por acoger a los excluidos, marginados y pecadores, y que no encaja con las expectativas de las autoridades religiosas.

6,1-5 Sobre el sábado. La opción por la vida prevalece siempre ante cualquier ley, incluso la del sábado (1-4). El versículo 5 establece el señorío de Jesús sobre el sábado. Y en efecto, Jesús actúa con toda libertad tanto en el espacio: la sinagoga, como en el tiempo: el sábado. La libertad de Jesús no combina con la no-libertad en que viven el hombre y la mujer de su pueblo, completamente paralizados por el rigorismo de una ley que es libertad en esencia, pero paralizante en su interpretación y práctica.

6,6-11 Sana en sábado. El sábado con sus 39 normas para su «correcta» observación, más los 613 mandatos derivados de la Ley mosaica, hacía de los contemporáneos de Jesús personas incapaces de vivir con libertad, paralizadas por el rigorismo de la ley. Por eso Jesús actúa con premura, y antes que esperar la caída del sol (cfr. 4,40), momento en que termina el sábado, prefiere curar al hombre que tenía la mano paralizada. El poder del reino de Dios se manifiesta, porque el tiempo de salvación es «hoy» y, también, el sábado tiene que ser restablecido, sanado por la misericordia de Dios.

6,12-16 Los Doce. Jesús elige a los Doce, pero antes, pasa toda la noche en oración. La elección lo realiza en un momento clave de su ministerio, justo antes del «sermón del llano» que, a pesar de no tener el contenido ni las dimensiones de su equivalente en Mateo (el «discurso del monte», Mt 5–7), no por eso deja de ser el proyecto de vida para quien quiera seguirle y anunciar su Evangelio.

6,17-26 Una gran multitud se le acerca – Sermón del llano: dichosos y desdichados. Lucas resalta las bienaventuranzas de Jesús en cuatro aspectos difíciles de la vida: la pobreza, el hambre, el llanto (tristeza) y la persecución. Y no porque sean voluntad divina, todo lo contrario. Por eso podemos entender sus ayes como una lamentación al estilo profético, es decir, como una advertencia a quienes promueven y perpetúan la injusticia, la indiferencia, la desigualdad y la marginación. Con estos ayes Jesús denuncia la actitud mezquina de quienes han puesto el sentido de su vida en las posesiones, en los bienes, sin considerar a los que no tienen nada; de quienes consumen y se hartan, sin considerar a los que pasan hambre; de quienes gozan y la pasan bien, sin considerar a quienes lloran y sufren; de quienes prefieren la fama, el estar bien, antes que denunciar la injusticia. ¿Cuál es el sentido de una vida que transcurre de ese modo?

6,27-38 Amor a los enemigos. El proyecto de Jesús, el proyecto del reino, apunta hacia una sociedad nueva, reconciliada y fraterna, y para alcanzarla ofrece a sus discípulos las siguientes herramientas: el amor (27); la bendición, empezando por los enemigos; la oración (28); el perdón activo, entendido como pasar por alto una ofensa a condición de que el agresor tome conciencia del mal que causa y cambie (29); el compartir generoso como reacción contra la codicia (30); y el rechazo decidido a la avaricia y a la usura como causas fundantes de la injusticia (34s). En una palabra, obrar con los demás como quisiéramos que los demás obraran con nosotros (31).

6,39-49 Ciego, guía de ciegos – El árbol y sus frutos – Roca y arena. El discípulo está llamado a vivir una vida comprometida con la propuesta del Maestro. Jesús revela que, en su seguimiento, la mediocridad y la falta de autocrítica constituyen el principal obstáculo para la vivencia del reino. Con mucha facilidad se proclama a Jesús como «Señor, Señor», pero sin ningún compromiso, ni siquiera con el mínimo de sensibilidad por sus exigencias (49). Fe, renuncia y compromiso, son tres actitudes que tienen que revelar la fe del discípulo.

7,1-10 Sana al sirviente de un centurión. Lucas nos enseña que con Jesús las barreras de la religión desaparecen, y que la fe tiene poder, pues con ella nos abandonamos y comprometemos al proyecto de Dios, que es Padre de todos. 

7,11-17 Resucita al hijo de una viuda. Jesús, al ver lo que pasaba, siente compasión y se acerca a la viuda, primero consolándola: «no llores» (13), luego restituyendo la vida de su único hijo, y en un sentido más amplio, restituyendo también la vida de la mujer (15). La presencia de Jesús y su palabra no solo es purificadora, consoladora, sino también que genera y restituye la vida.

7,18-30 Sobre Juan el Bautista. «¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?». Las noticias sobre Jesús no encajan con las expectativas mesiánicas de la época, por eso la pregunta directa de Juan desde la cárcel. La respuesta de Jesús es positiva: los signos que realiza delante de los mensajeros son la prueba de su actividad mesiánica que ya había anunciado en la sinagoga de Nazaret: la proclamación del año de gracia del Señor (4,19), que es una buena noticia para los pobres (22) y que se va realizando pese al desconcierto y oposición de las autoridades religiosas del pueblo (30). Dios supera nuestras expectativas (23-28).

7,31-35 Niños caprichosos. Dios se revela al pueblo a través de sus enviados. Juan es rechazado y tildado de endemoniado. Pero Dios no se cansa y se manifiesta con Jesús: se acerca al pobre, al excluido, al marginado, pero también es rechazado, esta vez, por comilón y borracho y por ser amigo de pecadores. Este pasaje nos invita a contemplar la presencia de Dios en todas las cosas, a no encerrarnos en nuestros propios criterios, a recordar siempre que los designios de Dios superan nuestras expectativas. Para acoger el Evangelio debemos tener apertura de fe y disponibilidad de corazón.

7,36-50 Perdona a la pecadora. La escena de la mujer que se acerca a Jesús mientras comparte la mesa en casa de un fariseo es el marco perfecto para que Jesús establezca la distancia tan enorme que hay entre el legalismo y la apertura a la experiencia de la novedad del reino. Jesús enseña una lección muy importante: ni el cumplimiento más riguroso de la Ley, ni las privaciones, ni la «separación» en que viven los piadosos fariseos, ni el sentirse bueno, conmueven a Dios; solo el amor y el reconocimiento interior de ser pecador atrae la misericordia y el perdón de Dios.

8,1-3 Mujeres que siguen a Jesús. Con Jesús todos los prejuicios contra la mujer caen, hombre y mujer tienen la misma dignidad, como al principio (Gn 1,27); a ambos Dios los bendijo y les confió la administración, el goce y el cuidado de la creación. Con toda razón el reino anunciado e iniciado por Jesús se sale de todo molde, de toda expectativa.

8,4-15 Parábola del sembrador. Se podría pensar que Jesús habla aquí de un sembrador descuidado, ineficiente. Haciendo un balance, es más la semilla que se pierde que la que tiene éxito. En este gesto del sembrador, se refleja el punto central de la parábola: mucha gente, muchos aplausos, mucha admiración, mucha fama, pero ¿qué? ¿Cuántos están comprometidos con el reino? La cuestión no está, entonces, en la cantidad, en las manifestaciones masivas de acogida y de aprobación de su propuesta. La cuestión está en la calidad, no importa que sean pocos los que se comprometan en la tarea, lo importante es el compromiso, la capacidad de entregarse por completo al reino.

8,16-18 La luz de la lámpara. La luz del evangelio y de la fe es dada para comunicarla y compartirla. El que no la comparte acabará perdiéndolo todo, hasta lo que aparenta tener.

8,19-21 La madre y los hermanos de Jesús. En el paralelo de este pasaje (Mc 3,31-35) se puede ver mucho más claramente que también María tiene que hacer un discernimiento profundo para seguir a Jesús. Su primacía en el grupo de seguidores no se la asegura su parentesco, sino su fidelidad a la voluntad de Dios, que nos hace partícipes de la fraternidad universal que inauguran Jesús y su Evangelio. Recordemos que, desde los relatos de la infancia de Jesús, Lucas presenta a María como el modelo de oyente de la Palabra que escucha y medita en su corazón (cfr. 1,29; 2,19.51).

8,22-25 Calma una tempestad. Con este relato, Lucas busca generar fe y confianza entre los miembros de su comunidad, que deben afrontar muchas dificultades y zozobras. Sin embargo, no hay que temer, porque en la frágil barca que afronta las dificultades del rechazo, de la hostilidad y de las contradicciones está Jesús. Cierto que ya no está presente físicamente («duerme»), pero está su palabra, su ejemplo de vida y su invitación constante a que fortalezcamos cada día más nuestra fe.

8,26-39 Exorciza en Gerasa. Los tres sinópticos mencionan este exorcismo en territorio vecino a Israel, y todos guardan el mismo orden: el acontecimiento sucede después que Jesús calma la tempestad. Así, el poder de Jesús no solo se extiende sobre las fuerzas de la naturaleza, sino también más allá de las fronteras del pueblo elegido. A diferencia de Marcos y Mateo, este pasaje lucano presenta la única vez que Jesús actúa entre los paganos. De esta manera, prefigura la misión universal de la Iglesia.

8,40-56 Sana a una mujer y resucita a una niña. Este relato contiene dos milagros en el mismo hilo narrativo. La sanación de una hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo. En ambos casos, la fe desempeña un papel importante. A diferencia de los pasajes anteriores: «Calma una tempestad», en el que los discípulos desesperan sin fe; y «Exorciza en Gerasa», donde los gerasenos lejos de acogerlo lo echan de su territorio, en estos dos milagros se revela la fe que acoge el poder de Dios manifestado en Jesús, fe que libera y restituye a la vida. Llama, también, la atención que las beneficiarias sean dos mujeres; la actividad liberadora de Jesús no conoce límites; ha venido a salvar a toda la humanidad, y se decanta especialmente por los excluidos.

9,1-6 Misión de los Doce. Los tres sinópticos concuerdan en que Jesús envía a los doce a predicar la cercanía del reino de Dios (cfr. Mt 10,1-15). Lo primero que llama la atención en el relato de Lucas es la autoridad con que inviste a sus apóstoles; ellos tienen que hacer lo que han visto y anunciar lo que han oído del mismo Jesús: la proclamación del reino de Dios. La otra característica es el despojo personal y cómo tienen que salir; incluso tienen que evangelizar con su propio estilo de vida, dependiendo humildemente de la generosidad de la gente, aceptando con agrado la acogida, pero dejando constancia de los posibles rechazos con el gesto de sacudirse el polvo de los pies de los lugares donde no fueran bien recibidos.

9,7-9 El interés de Herodes. Mientras los doce están en misión, Lucas aprovecha para narrarnos la curiosidad de Herodes sobre Jesús. La inquietud de Herodes no se debe ni a cuestiones de fe ni de conciencia, sino más bien a los comentarios y opiniones encontradas de la gente. Hay dos cuestiones de fondo: 1. A estas alturas todavía no hay una percepción clara sobre la identidad de Jesús. 2. Lucas aprovecha las mismas palabras de Herodes para transmitirnos la noticia sobre la muerte de Juan. El evangelista evita narrar el relato completo y las circunstancias de dicha muerte como lo hace Marcos (cfr. Mc 6,14-29).

9,10-17 Da de comer a cinco mil. Toda la actividad de Jesús, sus palabras y sus acciones, tiene como eje central la instauración del reinado de Dios en la tierra. El sentido del envío de los doce tenía esta misma finalidad. Pero esa instauración no puede quedarse en el solo anuncio de una realidad espiritual, el reinado de Dios tiene que empezar a «verse» también de alguna manera; por eso, las acciones y los signos de Jesús hacen visible y palpable la realidad del reino. Si podemos hablar aquí de milagro, no podemos plantearlo como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que realizó Jesús, sino como el milagro que genera el desprendimiento y la actitud de compartir, la apertura generosa y solidaria con los demás; eso es lo que tiene que promover de manera permanente el discípulo de Jesús.

9,18-21 Confesión de Pedro. Ya cercano el final del ministerio de Jesús en Galilea, es obvio que su fama se haya extendido por toda la región; sin embargo, queda en Jesús una duda: ¿Habrá comprendido la gente, las multitudes que lo han visto y oído, quién es él en definitiva? ¿Dónde están, qué se han hecho, a qué se dedican tantos que lo han escuchado? Pedro responde por todos; para ellos, Jesús es el Mesías de Dios, el Ungido. La pregunta directa es también interpelación para nosotros. Lucas conserva la prohibición de Jesús a sus discípulos de difundir la noticia sobre su identidad (cfr. Mc 8,30; Mt 16,20), pero suprime el diálogo con Pedro que termina con una dura reprensión cuando el discípulo se opone a la decisión de Jesús de llevar adelante su misión por la vía de la cruz (cfr. Mc 8,32s; Mt 16,22s).

9,22-27 Primer anuncio de la pasión y resurrección – Condiciones para ser discípulo. Jesús pasa de inmediato a exponer el destino que le espera y las implicaciones que ello tiene para la vida de sus discípulos. Quien quiera seguirlo no puede evadir el camino que Él mismo está trazando. El verdadero discípulo tiene que asumir como propio el proyecto y el camino del Maestro: se niega a sí mismo, es decir, no actúa por capricho ni acomoda la realidad a sus propios intereses.

9,28-36 Transfiguración de Jesús. La transfiguración de Jesús está vinculada a su pasión, muerte y resurrección, y revela su estrecha relación con la Escritura y el bautismo. La presencia de Moisés y Elías testifica y aprueba la misión de Jesús, representando la Ley y los Profetas. La voz desde la nube durante la transfiguración refuerza el bautismo de Jesús, similar al evento en el Jordán, donde el Padre confirma y respalda la elección de Jesús con su propia palabra. Así, al elegir el camino del sufrimiento y el dolor, Jesús recibe el respaldo del Padre y esto se extiende a todos los que deseen seguirlo como discípulos.

9,37-43a Sana a un niño epiléptico. Lucas resume el relato que Marcos describe detalladamente (Mc 9,14-29). Destaca las palabras del padre del niño, quien previamente había buscado ayuda en los discípulos de Jesús sin éxito. Jesús explica que la falta de fe de sus discípulos es la razón por la cual no pudieron liberar al niño. Aunque los discípulos ya habían recibido la autoridad para expulsar demonios (9,1), entonces, ¿qué sucedió? La clave para entender esto, según Marcos, es que «esa clase solo sale a fuerza de oración» (Mc 9,29).

9,43b-45 Segundo anuncio de la pasión y resurrección. La admiración y el asombro en que termina el pasaje anterior sirven de marco para que Jesús anuncie otra vez su próximo destino. No hay que confundir las cosas, todos los aplausos y manifestaciones masivas de júbilo no pueden distraer el rumbo que Jesús ha dado a su vida. Los discípulos no entienden nada de lo que dice, prefieren seguir en la ignorancia por temor a preguntarle. 

9,46-50 ¿Quién es el más importante? – El exorcista anónimo. En este pasaje se presentan dos instrucciones importantes. La primera se refiere a la comprensión del reino. Los discípulos no han entendido nada de las enseñanzas de Jesús ni han captado la realidad y la dinámica del reino, ya que aún se aferran a títulos, posición social y puestos burocráticos. La segunda instrucción se relaciona con los que predicaban y realizaban signos en nombre de Jesús. El criterio de Jesús es claro y terminante: «no se lo impidan» (50); Dios, su amor, su misericordia y su paternidad, son más grandes que cualquier grupo o comunidad de cualquier denominación.

9,51-56 Camino de Jerusalén. Lucas marca el inicio de una nueva etapa en el ministerio público de Jesús. Desde una perspectiva humana, el camino que comienza aquí se podría considerar como el declive paulatino de Jesús; ya que se queda cada vez más solo y rodeado de menos multitudes. Incluso le niegan la entrada en una aldea samaritana (53) y Herodes lo busca para matarlo (13,31-33). En los momentos cruciales de su vida, hasta sus mismos discípulos, aquellos que se había elegido para sí (5,1-11), lo abandonan y niegan (22,56-60). Sin embargo, desde la perspectiva del plan divino, es el inicio del camino a la gloria. Jesús no busca el dolor ni el sufrimiento, pero no los evade. Los enfrenta sabiendo que probablemente será derrotado, pero también sabe que, si no lo hace, la obstinación y las fuerzas del mal seguirán dominando a la humanidad.

9,57-62 Exigencias del seguimiento. Nos encontramos aquí con tres casos de seguimiento. En el primero, un voluntario se ofrece a seguir a Jesús (57s); la respuesta del Maestro es clara: seguirle no conlleva ninguna ventaja material ni social. En el segundo caso, es Jesús quien llama (59s), el aludido está dispuesto a seguirle, pero antepone una condición: enterrar primero a su padre. La respuesta del Maestro es radical: «deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios» (60). Si uno de los efectos de la instauración del reinado de Dios es la justicia, la solidaridad y la fraternidad, ya habrá quien se ocupe de sus padres. En el tercer caso, también es Jesús quien llama y también hay de por medio una excusa: despedirse de los padres. Jesús ve un riesgo; no es contrario a esta leal actitud filial, pero sabe que muchas veces la familia –y más en aquella época– era un gran obstáculo para el espontáneo ejercicio de la libertad de los hijos.

10,1-12 Misión de los setenta y dos. Ya en 9,1-6 Jesús había hecho un primer envío de los Doce, con lo cual quedaba simbolizado el pueblo de Israel compuesto por doce tribus. Ahora designa a otros setenta (o setenta y dos) para enviarles también a predicar el reinado de Dios. El número «setenta» podría tener aquí el valor simbólico de «todo el mundo», según la tradición de que todo el mundo estaba dividido en «setenta naciones» (Gn 10); sea como fuere, sí hay una alusión en la perspectiva lucana a la universalidad del mensaje y a la universalidad de la vocación y urgencia del anuncio.

10,13-16 Recrimina a las ciudades de Galilea. Todavía en relación con el tema del envío y especialmente con el tema de los posibles rechazos, Lucas pone en labios de Jesús esta especie de lamentación profética que también suena a amenaza. Jesús puede ver que, tras su paso por estas ciudades y lugares, aunque con muchas manifestaciones de júbilo por sus palabras y signos, no quedó aparentemente nada. Propiamente, lo que Jesús lamenta es la incredulidad de estas ciudades y su poco empeño en poner en práctica sus enseñanzas.

10,17-20 Vuelven los setenta y dos. El regreso de los misioneros está enmarcado por la alegría y el gozo, primero porque han cumplido el encargo y luego por el efecto que el mensaje ha surtido entre el pueblo. Jesús está de acuerdo con ellos, pues había visto cómo Satanás caía del cielo como un rayo (18), una manera simbólica de decir que la misión realizada por Él mismo y por sus enviados va arrebatando poder a las fuerzas del mal.

10,21-24 El Padre y el Hijo. En este pasaje se resalta que solo aquellos que son humildes y sencillos, sin pretensiones ni exigencias hacia Dios, son capaces de comprender y apreciar la importancia del tiempo mesiánico y reconocer la presencia de Dios en Jesús, quien es uno del pueblo. Esta comprensión llena de alegría a Jesús, y por eso expresa su gratitud y alabanza al Padre.

10,25-37 Parábola del buen samaritano. «¿Quién es mi prójimo?». Para el judaísmo tradicional, el prójimo era el hermano del pueblo, el otro de origen israelita, los demás no. Pero aun dentro del judaísmo, ese próximo debía reunir una condición mínima: no estar legalmente impuro para que no contaminara a nadie. El samaritano que se acerca al herido –prototipo de la persona odiada, rechazada, que resulta incómoda por su sola presencia– sirve a Jesús como modelo de lo que significa ser prójimo. El samaritano actuó contra la Ley y podría ser motivo de acusación del piadoso doctor de la Ley, pero su acción supera con mucho a la Ley misma porque ha actuado con amor, con compasión, con generosidad, con desinterés y, sobre todo, con misericordia.

10,38-42 Marta y María. Este pasaje es un buen ejemplo para discernir qué es más importante, si lo que está establecido por la Ley y las prácticas culturales o la acogida a la novedad del reino. Marta cumple con lo que mandan las normas de la hospitalidad; representa a esa porción del pueblo que cree que con «cumplir» la ley es suficiente. María cumple también con las normas de hospitalidad, pero lo hace de un modo distinto, desde el corazón: contemplando y escuchando al huésped, es la mejor parte que nadie puede quitar al creyente y que personas como Marta, aun siendo tan cumplidoras, están llamadas a experimentar.

11,1-13 La oración: el Padrenuestro. Lucas presenta una versión más breve del Padrenuestro en comparación con Mateo (Mt 6,9-13). Lo incluye en el contexto del camino de Jesús hacia Jerusalén, pues la oración para Jesús es más que una fórmula, es un proyecto de vida que compromete totalmente a sus seguidores. En estas breves sentencias, Jesús resume su proyecto y el de sus discípulos en torno a dos realidades que se complementan: Dios y el prójimo. La parábola del amigo inoportuno ilustra la importancia de la constancia y la convicción en esta propuesta. Jesús asegura que Dios siempre dará lo que sea útil y saludable para quienes se empeñan en vivir este proyecto. 

11,14-28 Jesús y Satanás. La lógica de Jesús no tiene réplica por parte de sus adversarios que, como ocurre en todas las controversias, son reducidos al silencio; el momento y las circunstancias son idóneas para que Jesús deje claro que, ante Él, nadie puede permanecer neutral, o se le acepta y se le sigue radicalmente, o simplemente no se le acepta.

11,29-32 La señal de Jonás. Este pasaje amplía y aclara la respuesta de Jesús a quienes le pedían señales milagrosas (16); sus signos o milagros suponen una actitud de fe, ya que solo desde ella el creyente puede reconocer y contemplar la acción divina; por eso Jesús llama perversa a «esta generación», a sus adversarios, que jamás podrán descubrir la acción divina en sus palabras y signos, debido a su arrogancia y necedad.

11,33-36 Luz y tinieblas. Lucas concluye la anterior controversia con el símil de la luz, instando a los discípulos a examinarse a sí mismos en su claridad. Su luz contrasta con la de sus adversarios, que en realidad son oscuridad, porque en lugar de proyectar al pueblo el consuelo, el amor y la misericordia de Dios Padre, lo que promueven es una imagen distorsionada de Dios, creada por ellos mismos que, en lugar de liberar, aliena.

11,37–12,3 Invectiva contra los fariseos y los doctores de la Ley – Contra la hipocresía. Jesús critica a fariseos y escribas, advirtiéndoles de las consecuencias de sus acciones. Denuncia a los fariseos su exagerada atención a la purificación externa, antes que a la conversión interna; su énfasis en cuestiones menores en detrimento de la justicia y la generosidad; y su falta de autocrítica, pues no se dan cuentan de que son «sepulcros sin señalar» que, a la hora de la verdad, «contaminan» a la gente. Jesús denuncia, también, a los escribas por imponer cargas pesadas al pueblo sin estar ellos mismo dispuestos a cargarlas; por su arrogancia; y por alejarse del verdadero Dios y dificultar el acceso a Él. 

Con estas denuncias, lo más obvio es que sus adversarios estén constantemente buscando la forma de deshacerse de él (53).

12,4-12 Exhortación al valor – Opción por Jesús. Jesús se dirige a sus discípulos y a la gente llamándolos a todos «mis amigos». Los seguidores y amigos de Jesús no deben tener miedo, la primera arma con que pueden contar es la libertad interior que Dios mismo dona a través del Espíritu. Jesús tolera que se le rechace a Él, pero lo que no tolera y, antes bien, condena, es la hostilidad contra el Espíritu Santo: podemos pensar en esa actitud que Jesús desenmascara en el fariseísmo legalista: hacer ver como bueno y perfecto lo que es malo o por lo menos dañino, y hacer ver como malo lo que es bueno; así es como ellos no entran ni dejan entrar.

12,13-34 Contra la ambición – Confianza en Dios – El verdadero tesoro. La clave para entender este pasaje, cargado de comparaciones y dichos sapienciales, la encontramos en el versículo 31, la búsqueda del reinado de Dios como presupuesto único y fundamental para establecer relaciones justas y valorar el don de la vida. Jesús no promueve una visión simplista del providencialismo, no se trata de desinteresarse de las necesidades, sino de buscar y promover el reinado de Dios, que es justicia, fraternidad y solidaridad.

12,35-48 Vigilancia. En consonancia con la sección anterior, Jesús llama a estar atentos y vigilantes. La gracia que hemos recibido como regalo de Dios no es para guardarla, sino para ponerla en ejercicio continuo, permanente. Jesús declara dichoso al que sea encontrado trabajando, poniendo todo su empeño y sus esfuerzos en la construcción de esa sociedad nueva que tiene que inaugurar la presencia del reino. Si nos visitara el Señor ahora, ¿cómo nos encontraría?

12,49-59 Radicalidad del seguimiento – Las señales del tiempo – Llegar a acuerdos. En griego se designa al tiempo de dos maneras: «kronos», el tiempo cronológico y cuantitativo que podemos controlar, en cierta medida, con relojes y calendarios, y «kairós», que se refiere a momentos especiales que trascienden el tiempo cronológico y tienen el poder de transformar nuestra vida y darle nuevas dimensiones. Jesús critica a su generación por estar demasiado pendiente del «kronos» y no ser capaz de percibir en Él la presencia del reino de Dios que irrumpe en la historia, el «kairós».

13,1-9 Exhortación al arrepentimiento – La higuera sin higos. Jesús invita a no juzgar a los demás, a estar atentos a nuestra propia conversión, por eso resalta la necesidad de producir buenos frutos en nuestras vidas, como lo ilustra en la parábola de la higuera y el labrador. Todos tenemos la capacidad de hacer el bien y cultivar la justicia. Sin embargo, como Dueño y Señor, Dios puede exigirnos cuentas, en cualquier momento, de nuestras acciones. ¿Estamos preparados para ello?

13,10-17 Sana a una mujer encorvada. La enseñanza de Jesús y los signos que realiza tienen la virtud de «rescatar» al ser humano y volver a situarlo como interlocutor de Dios, tal como fue en el principio. El legalismo israelita simbolizado aquí en la sinagoga y el sábado habían producido un efecto de «encorvamiento», de postración y de inhabilidad para estar en ese nivel primigenio. La acción de Jesús no se queda solo en la recuperación de la mujer poniéndola de nuevo en actitud de contemplar cara a cara Dios para celebrarlo; también rescata por extensión el genuino espíritu de la Ley y del sábado poniéndolos otra vez como medios de crecimiento humano. 

13,18-21 Parábola de la semilla de mostaza – Parábola de la levadura. Con ejemplos cotidianos como la semilla de mostaza y la levadura, Jesús nos enseña que, a pesar de su tamaño, esconden realidades sorprendentes. La semilla de mostaza, tan pequeña e insignificante, con el tiempo se llega a convertir en un arbusto frondoso; de modo semejante sucede con la levadura, al elaborar el pan se mezcla con la harina en una gran desproporción; sin embargo, la fermenta y la transforma desde dentro. Así se debe experimentar la presencia y la acción del reino en la conciencia y la vida de cada creyente.

13,22-30 La puerta estrecha. «Entrar por la puerta estrecha», significa que tenemos que hacernos pequeños, humildes, ligeros de equipaje. Acoger el reino de Dios como don. Jesús advierte que algunos quieren entrar, pero no pueden porque resultan tan extraños para el amo. Es evidente que estos excluidos son los paisanos de Jesús que, habiendo recibido la fe desde épocas antiguas, no han sabido ponerla en práctica, por el contrario, se han creado una falsa seguridad pensando que por derecho propio deben ser los primeros en entrar al banquete.

13,31-35 Lamentación por Jerusalén. Jesús no es un profeta temeroso; pese a que intuye un final trágico a manos de las autoridades religiosas y políticas, mantiene su decisión de continuar el camino y afrontar el destino que ya habían tenido que enfrentar los antiguos profetas: dar la vida en Jerusalén, paradójicamente la Ciudad Santa, la Ciudad de Dios. 

14,1-6 Sana a un hidrópico. Con este nuevo signo de sanación en sábado Jesús denuncia esa manera tan equivocada e interesada de entender el precepto sabático y, en general, la Ley. En otro lugar de Galilea Jesús ya había proclamado su señorío sobre el sábado; también en esta región del camino a Jerusalén queda establecido que Él es Señor de la vida y también del sábado. 

14,7-14 Los primeros puestos. En el reino nadie ocupa los primeros lugares ni por derecho propio ni por cortesía; los primeros lugares los ocupan quienes hayan renunciado a la manera humana de pensar y se hayan puesto al servicio de los demás.

14,15-24 El banquete de bodas. En Jesús, Dios ofrece una última oportunidad de salvación para su pueblo, pero siempre hay quienes se excusan y no están dispuestos a acoger la nueva realidad del reino. Sin embargo, existe otro sector más amplio que ha sido relegado por el oficialismo religioso, privado del conocimiento y la experiencia de la comunión con Dios como Padre y amigo. Estos incluyen a los lisiados, cojos, ciegos, mujeres, niños y aquellos que nunca habían imaginado que podrían compartir la mesa y la vida con el Padre: los paganos o extranjeros. A pesar de la negativa de aceptación, el plan salvífico del Padre, manifestado en Jesús, no se detiene. Este proyecto tiene vida propia, avanza y se realiza incluso si muchos lo rechazan y se autoexcluyen de él.

14,25-35 Presupuestos para ser discípulo. Jesús traza unas líneas de exigencias para aquellos que desean seguirlo, desafiando la seguridad representada por la familia y los bienes materiales. El discípulo debe construir una sociedad nueva, basada en la fraternidad y la solidaridad, donde las estructuras, incluyendo la familia, estén al servicio del reino. La seguridad económica también debe ser relativizada, ya que el equilibrio de las necesidades personales y espirituales se logra colaborando con los demás en la construcción diaria de esta nueva sociedad requerida por el reino.

15,1-10 Parábola de la oveja perdida – Parábola de la moneda perdida. Una vez más, Jesús es criticado por los fariseos debido a su acogida a recaudadores y pecadores. En respuesta, presenta tres parábolas que revelan la misericordia de Dios. En la primera, la oveja perdida, se destaca la preocupación de Dios por el pecador y la alegría de su acogida. En la segunda, la moneda perdida, se muestra el valor que Dios otorga a aquellos que han sido descuidados por los «buenos» del judaísmo oficial. En la dinámica del reino, esa moneda de poco valor es en realidad el «tesoro» de Dios; encontrarlo y ponerse al servicio de esos «desechos» es llevar a cabo la propuesta de Dios encarnada en el reino propuesto por Jesús. 

15,11-32 Parábola del hijo pródigo. Jesús expone los efectos negativos del legalismo y la distorsión de la verdadera imagen de Dios. Revela su experiencia de Dios como un padre que ama por igual a sus hijos. En el caso de la parábola, el hijo mayor cree merecer todo el amor del padre por su obediencia, mientras considera a su hermano menor merecedor del castigo por su conducta. Sin embargo, Jesús muestra cómo el amor del Padre se derrama sobre el hijo menor a pesar de sus acciones. La parábola desafía el legalismo al destacar la gratuidad del amor divino, que no se exige como recompensa por una buena conducta, sino que se recibe por gracia y se celebra constantemente en la conciencia de ese amor gratuito.

16,1-8 Parábola del administrador astuto. Jesús no alaba tanto las artimañas del administrador cuanto su astucia y sagacidad para prever el futuro que le tocará enfrentar. La propuesta de Jesús a sus discípulos es que también ellos deben poner en juego su creatividad, ser astutos para prever el rumbo que la dinámica del reino debe tomar en medio de la sociedad; si bien el reino es de los humildes y sencillos, ello no quiere decir que se puede construir con ingenuidad. 

16,9-13 El uso del dinero. Las cosas de la tierra son pasajeras, por lo que no hay que apegarse a ellas. Para Lucas, el acumular riquezas es ya un pecado, especialmente cuando se convive al lado de los pobres. El que se apega al dinero acaba excluyendo a Dios, porque no se puede servir a dos señores.

16,14-18 La Ley y la Buena Noticia. Jesús expone la hipocresía de los fariseos, quienes pretendían servir tanto al dinero como a Dios. Jesús revela que Dios conoce el interior de cada uno de ellos y advierte que cuando se está demasiado apegado a los bienes materiales, el servicio a Dios se convierte en una mera fachada con consecuencias muy negativas para la conciencia y la mentalidad del pueblo, pues queda la impresión de que Dios favorece (bendice) a unos, mientras permanece indiferente ante las carencias (expoliación) de los demás. 

16,19-31 El rico y Lázaro. Lucas presenta una parábola que resalta la incompatibilidad entre seguir a Jesús y servir a la riqueza y los bienes materiales. En esta parábola, se destaca la advertencia de que es imposible servir tanto a Dios como al dinero. Como consecuencia, se descuida la justicia y se pierde el propósito de la vida. El servicio a la riqueza se convierte en esclavitud, lo que lleva a la insensibilidad hacia el sufrimiento de los demás y a la pérdida del sentido de la existencia humana. 

17,1-10 Instrucciones a los discípulos – El deber del discípulo. Estas tres instrucciones tienen un denominador común: el servicio al reino que solo es posible desde la fe. En el servicio al reino, que es la búsqueda e instauración de una sociedad justa, solidaria, fraterna e igualitaria, nadie está exento de desviarse del camino y asumir actitudes contrarias a los valores del reino. Eso ocasiona escándalo y desánimo en unos; escepticismo y rechazo a esta nueva realidad, en otros. En todo caso, siempre se ha de emplear el recurso a la corrección fraterna, al arrepentimiento y al perdón.

17,11-19 Sana a diez leprosos. Lucas presenta el relato de los diez leprosos para destacar la actitud del creyente hacia la Ley y la nueva enseñanza de Jesús. Aunque todos recibieron la misma curación, solo un samaritano, un extranjero, muestra gratitud y reconocimiento por la acción generosa y misericordiosa de Dios. Los otros nueve, la mayoría del pueblo elegido, no logran ver la cercanía de Dios en este acto y no expresan alabanza ni gratitud. Para ellos, Dios sigue siendo alguien que solo exige el cumplimiento de la Ley.

17,20-37 La llegada del reino de Dios. Jesús desafía las expectativas de los fariseos al proclamar que el reino de Dios ya está presente y que el Hijo del hombre lo ha inaugurado. Sin embargo, advierte que su plenitud no se alcanzará sino después de su sufrimiento y rechazo por parte de los enemigos de Dios. También advierte sobre los falsos mesías que pueden engañar a la gente con falsas alarmas. En cambio, insta a sus seguidores a experimentar y ayudar a otros a experimentar la acción del reino que ya está en marcha, tal como lo hace la levadura en la masa.

18,1-8 Parábola del juez y la viuda. La viuda representa a los excluidos de la sociedad, que con el correr del tiempo y golpeados por la injusticias, se han llegado a convencer de que su causa no será atendida por nadie. La propuesta de Jesús es que el excluido, como en el caso de la viuda, se convenza de lo contrario; es decir, que llegue a sentir y a asumir que el primer interesado en su causa es Dios mismo y que con el respaldo de ese Dios que se rebela contra la injusticia y la opresión (cfr. Éx 3,7-9), tiene que perseverar en la lucha por la justicia.

18,9-14 Parábola del fariseo y el recaudador de impuestos. Esta parábola va dirigida a «algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás» (9), porque cumplían la ley y se sentían con el derecho de exigir a Dios una especie de «cobro» en sus oraciones. Sin embargo, Jesús expone la falsedad de esta actitud y declara justificado al recaudador de impuesto, que reconoce su total dependencia de Dios, sintiéndose necesitado de su amor y misericordia. 

18,15-17 Bendice a unos niños. La ternura, la simplicidad y la ausencia de prejuicios que caracterizan al niño inspiran a Jesús para el modelo o perfil de todo el que quiere pertenecer al reino. La nueva realidad inaugurada por el reino no excluye a nadie, antes bien, la prioridad son los excluidos y marginados de este mundo. 

18,18-30 El joven rico. Las nuevas relaciones que se establecen a partir de la instauración del reino de Dios exigen una posición clara y definida respecto a lo que cada uno considera como sus seguridades personales. Al hombre que interroga a Jesús, aunque sabe cuál es el medio para ser un hombre bueno, le falta lo más importante, poner en el primer plano de sus preocupaciones la justicia querida por Dios, que comienza por el desprendimiento de la riqueza, solo así podrá ser sensible a las carencias de los demás. 

18,31-34 Tercer anuncio de la pasión y resurrección. Conforme más se acerca Jesús a Jerusalén, más se ha ido acentuando el antagonismo con los representantes del poder religioso y más aumentan las probabilidades de un final violento a manos de sus adversarios en la Ciudad Santa. Los Doce no entienden nada; habrá que esperar hasta que Él mismo, ya resucitado, vuelva y les explique todo. 

18,35-43 Sana a un ciego. Lucas destaca en este pasaje que los Doce no comprendieron lo que Jesús les había revelado sobre su destino final. En contraste, narra la historia de un ciego que, a pesar de su propia limitación visual (la ceguera) y los obstáculos externos (los que impiden acercarse a Jesús), reconoce la verdadera identidad del Maestro. El ciego lo reconoce como el Mesías (Hijo de David), luego lo llama Señor y, finalmente, le da gloria a Dios y lo sigue. Lucas utiliza esta historia para enseñar que no siempre, incluso teniendo los cinco sentidos intactos, se es capaz de conocer y elegir a Jesús.

19,1-10 Jesús y Zaqueo. Zaqueo es el paradigma del que, conociendo a Jesús, no solo se despoja con prontitud de lo material, sino que permite que su interior también sea transformado por la gracia para comenzar el proyecto de la justicia, muy a pesar de quienes tal vez juzgaban que debía purgar de otro modo sus muchos pecados. ¡Así es la gracia divina! 

19,11-28 Parábola del dinero encargado. Lucas presenta la perspectiva de Jesús sobre la tarea del Mesías. Mientras muchos de sus paisanos pensaban que el Mesías lo haría todo sin intervención humana (11), con esta parábola, a las puertas de Jerusalén, justo antes de su entrada triunfal, Lucas advierte que Jesús el Mesías no lo ve así. Para Jesús en la tarea del Mesías y en la instauración del reinado de Dios están involucrados todos y cada uno de los creyentes, según sus capacidades y dones; todos debemos poner empeño en la instauración del proyecto de Dios. 

19,29-40 Entrada triunfal en Jerusalén. Jesús desafía las expectativas mesiánicas de sus paisanos al presentarse montando un humilde asno a la entrada de Jerusalén; quizás Lucas tiene en mente la profecía de Zacarías, que vaticinaba la llegada de un mesías humilde y sencillo (Zac 9,9s). Esta aclamación de Jesús como rey, junto con los comentarios que hay sobre él, más su actividad en Jerusalén, serán el fundamento de su detención, juicio y condena a muerte.

19,41-44 Lamentación por Jerusalén. La alegría y el regocijo que se respiran en el pasaje anterior cambian de tono en estos versículos donde Jesús llora y se lamenta por Jerusalén. Él, como buen judío, seguramente ama a la Ciudad Santa, sabe que allí están todos los elementos necesarios para realizar el plan de Dios; pero la realidad es que la ciudad se convirtió en símbolo de la obstinación y el rechazo a todo lo que tuviera que ver con la voluntad divina, y esto le atraerá la perdición, de ella «no te dejarán piedra sobre piedra» (44).

19,45-48 Purifica el Templo. Lucas destaca varios puntos importantes en este gesto de Jesús. 1. Jesús no está en contra del Templo; reconoce su importancia para los judíos y lo reafirma como «casa de oración» (Is 56,7). 2. Al purificar el Templo, Jesús revela cómo se había corrompido, pasando de ser un símbolo religioso y lugar de encuentro con Dios a convertirse en un símbolo de opresión y cueva de asaltantes. 3. Se hace más clara la decisión de las autoridades de eliminar a Jesús, pero no pueden hacerlo porque «todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras» (48).

20,1-8 La autoridad de Jesús. Durante su ministerio lejos de Jerusalén, los adversarios de Jesús siempre fueron fariseos y escribas, y el conflicto se centraba en cuestiones doctrinales y de interpretación de la Ley. Ahora, en Jerusalén, los adversarios son los más altos dirigentes religiosos: sumos sacerdotes, letrados y ancianos. Ellos no tienen interés en discutir sobre aspectos doctrinales, sino sobre la autoridad y poder de Jesús. Estos temas son cruciales y Jesús no estará dispuesto a ceder, ya que, en su propuesta, estas dos realidades se expresan a través del servicio, el amor y la entrega. Ceder en estos aspectos sería «bendecir» el statu quo existente.

20,9-19 Parábola de los viñadores malvados. Con esta parábola, Jesús responde implícitamente a la pregunta sobre su autoridad planteada por los líderes religiosos. Resume la historia de las relaciones entre Dios y su pueblo, destacando la desobediencia y el rechazo a los profetas a lo largo del tiempo. En la parábola, el dueño de la viña envía repetidamente a sus arrendatarios para corregir su comportamiento, pero siempre son ignorados. Finalmente, envía a su hijo amado con la esperanza de que sea respetado y que el proyecto original se restaure. Con las palabras del versículo 13, Jesús reivindica su identidad y misión como Hijo de Dios y enviado divino, dejando claro que la intención del Padre no es que su hijo muera, sino que los arrendatarios se conviertan y se unan al plan de justicia y vida.

20,20-26 Sobre el tributo al césar. Arrestar a Jesús se convierte en prioridad para los dirigentes judíos, pero no pueden hacerlo por temor al pueblo. Así que le tienden una trampa utilizando un tema político, el impuesto al emperador, para involucrar al representante del poder romano. Buscaban que Jesús tomara partido y así poder acusarlo de colaboracionista o rebelde. Sin embargo, la respuesta de Jesús es hábil e inteligente, y deja a sus interlocutores con un dilema: ellos mismos deben determinar qué pertenece a Dios y qué pertenece al césar según el criterio de la justicia. De esta manera, Jesús evita ser acusado y plantea un desafío moral a quienes lo interrogan.

20,27-40 Sobre la resurrección. Los saduceos, que no creían en la resurrección, intentan enredar a Jesús con una pregunta de tipo casuístico basados en la ley del levirato (Dt 25,5s). La respuesta de Jesús destaca que el matrimonio es una realidad temporal y necesaria para la procreación. Además, señala que en la resurrección ya no habrá necesidades terrenales, pues se trata de un estado de vida absolutamente pleno y no una simple prolongación de esta vida. Jesús también señala, mediante la Escritura, que Dios es un Dios de vivos, y que, por lo tanto, la vocación de todo hombre y mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.

20,41-44 Sobre el Mesías y David. Jesús destaca una aparente contradicción: si el Mesías es descendiente de David, ¿cómo es que David lo llama «mi Señor»? Esto indica que el Mesías no es inferior a David. Aunque es «descendiente» suyo, es ante todo «Hijo de Dios», su enviado; así lo ha manifestado el mismo Dios en las escenas del bautismo y de la transfiguración de Jesús. Además, la parábola de los viñadores homicidas confirma que es el hijo amado, el predilecto (20,23).

20,45-47 Invectiva contra los letrados. Jesús cierra estas controversias con una advertencia a sus discípulos, en presencia de todo el pueblo, donde quedan al descubierto las actitudes interiores de los letrados y en general de los dirigentes religiosos. Les advierte que no se dejen engañar por las apariencias de estas personas, ya que en realidad son codiciosos, envidiosos y egoístas. Aunque aparentan agradar a Dios, no tienen el menor escrúpulo para practicar las peores injusticias. 

21,1-4 La ofrenda de la viuda. La escena de las ofrendas que echaban los ricos, en contraste con lo que ha depositado la viuda, que era lo único que tenía, sirve a Jesús para ilustrar, también, otro aspecto más de las relaciones que deben primar en la nueva sociedad inaugurada por el reino. Ya no se valora lo que es costoso, lo aparentemente grandioso o poderoso, sino el desprendimiento, la generosidad y, sobre todo, la fe y convicción de que entregándolo todo por el reino, es decir, por un modo de vida solidario, fraterno, e igualitario, nadie quedará en realidad desposeído ni desprotegido.

21,5-19 Sobre la destrucción del templo. La predicción de la ruina del Templo suscita una pregunta: «¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder?». La respuesta de Jesús es lo que constituye en Lucas el «discurso escatológico» que combina al menos tres motivos específicos: 1. La destrucción del Templo y de Jerusalén. 2. La venida del Hijo del hombre. 3. El fin del mundo. Lucas aclara que la destrucción de Jerusalén no es necesariamente un signo del final de los tiempos. Lo importante es que los discípulos estén preparados, primero para no dar crédito fácilmente a las falsas alarmas de charlatanes o falsos mesías, y segundo, para soportar la violencia y la persecución por parte de los enemigos del Evangelio y para que hagan de estas acciones una oportunidad magnífica de dar testimonio.

21,20-24 La gran tribulación. El asedio y la destrucción de Jerusalén no se confunden con el final del mundo o de la historia. El plan de Dios sigue adelante y, precisamente, la Ciudad y el Templo en ruinas será la ocasión para que las naciones extranjeras que no conocían a Dios lo conozcan y se sometan a Él. 

21,25-33 La parusía. Los eventos cósmicos con que Lucas describe este pasaje sobre la venida del Hijo del hombre no hay que tomarlos en sentido literal, evocan una manera de pensar típica de la literatura apocalíptica (cfr. Dn 7,13s) y sirven para establecer la diferencia entre esta primera manifestación o Encarnación de Jesús, sometido a la naturaleza y limitación humana y su segunda venida con todo poder y gloria. A los discípulos les toca estar muy atentos a los signos de los tiempos (29-31); lo importante es saber descubrir esos signos y pensar que la venida del Señor tiene como finalidad específica la liberación de toda la creación. Esta es la esencia de la esperanza escatológica de la primitiva comunidad y es también nuestra esperanza.

21,34-38 Vigilancia y oración. Era un hecho que la comunidad lucana experimentaba ya el desánimo y el descuido de las tareas de evangelización y de las prácticas evangélicas porque el tiempo pasaba y la parusía no llegaba. Esta invitación puesta en labios de Jesús previene para no caer en la apatía y en la desesperanza. La misma situación se percibe en las comunidades de los otros evangelistas (cfr. Mt 24,43-51; Mc 13,33-36).

22,1-6 Complot para matar a Jesús. La decisión de matar a Jesús se fundamenta en dos motivos principales: en primer lugar, los dirigentes judíos temen una revuelta popular durante la celebración de la Pascua en Jerusalén. En segundo lugar, uno de los seguidores de Jesús ha decidido libre y espontáneamente –aunque Lucas relata que fue movido por Satanás que entró en él (3)– convenir con las autoridades la entrega del Maestro.

22,7-23 Pascua y Eucaristía. El cuerpo y la sangre son dos elementos inseparables que en el judaísmo antiguo expresan totalidad; el cuerpo es la materialización de las ideas, de las esperanzas y anhelos, el proyecto de una persona; la sangre es la vida, lo que da sentido, valor y movimiento al cuerpo. Jesús desea que esta cena sea el signo de lo que serán las demás celebraciones para sus discípulos: el recuerdo de su entrega total a la voluntad del padre: la instauración de su reino. 

22,24-30 Contra la ambición. Apenas formulado el anuncio de la traición, surge una disputa entre los discípulos sobre quién es el más importante. Esto indica que el tema de la traición no está solo en la cabeza de uno de ellos. Sabemos que va a ser Judas, pero aquí podemos entender que hay otras formas de traicionar al Maestro. Jesús insiste sobre la importancia del servicio, que debe caracterizar a su comunidad y a la nueva sociedad del reino.

22,31-38 Anuncia la negación de Pedro. Todavía con el tema de la traición como telón de fondo, Jesús interpela a Pedro acerca de la debilidad de su fe. La reacción de Pedro revela que un discípulo puede estar físicamente cerca del Maestro, pero no ser ni hacer lo que el Maestro es y hace. Jesús busca inculcar a cada uno, comenzando por Pedro, la importancia de comprender esto. Si Pedro logra entenderlo, su tarea será fortalecer a sus hermanos en ese mismo sentido.

22,39-46 Oración en el huerto. A lo largo del evangelio, Lucas ha subrayado la costumbre de Jesús de retirarse a orar; aquí nos lo presenta de nuevo en esa actitud humilde: «se arrodilló» (41), y al mismo tiempo confiada. Jesús tiene que sentir angustia, tristeza, dolor; sin embargo, nada de eso debilita la fe y la confianza absolutas en su Padre. Este momento es decisivo; Jesús mantiene firme su decisión, lo que tiene que cumplirse es la voluntad del Padre.

22,47-55 Arresto de Jesús. En el momento definitivo, la hora del dominio de las tinieblas (53), Jesús fortalecido por la oración viva y profunda y por su convicción de que todo está en manos del Padre, enfrenta la situación con majestuosa serenidad. Hace tres intervenciones breves que dejan claro la anomalía y la injusticia de la situación: 1. A Judas lo interpela porque ha hecho de un saludo pacífico, un signo de traición. 2. A sus discípulos que, pese a su proceso formativo, siguen pensando que el nuevo orden hay que implantarlo a la fuerza, les ordena guardar la espada, y Él mismo repara el daño causado por la violencia (50s). 3. A sus captores les recrimina el hecho de que lo confundan con un asaltante cuando bien hubieran podido abordarlo mientras enseñaba en el Templo (52s).

22,56-62 Negaciones de Pedro. En casa del sumo sacerdote, una mujer y luego dos hombres interrogan a Pedro sobre su relación con Jesús; en este contexto, y más específicamente para Pedro, los tres interrogantes tienen connotaciones de acusación que él rechaza con vehemencia. La confirmación de las palabras de Jesús en 22,34 está en su «mirada» a Pedro (61); ella basta para que el discípulo se retire afuera a llorar amargamente. El llanto de Pedro y el recuerdo de las palabras de Jesús (22,34) son un signo de la llamada, el arrepentimiento y la conversión.

22,63-71 Jesús ante el Consejo. En el momento de los ultrajes y las afrentas, Pedro no ha sido capaz de responder por su amigo; el Maestro se halla solo, expuesto al escarnio y los malos tratos. Además, la pregunta de las autoridades religiosas sobre los atributos divinos de Jesús no tiene quién refrende con su testimonio. En circunstancias más fáciles, durante el camino, Pedro había confesado por todos que Jesús era el Mesías (9,20); aquí calla, no se arriesga a correr la misma suerte del Maestro. Jesús está completamente solo, es su palabra contra la de las autoridades; por no tener quién declare en su favor, las mismas palabras de Jesús son utilizadas en su contra, convirtiéndolas en ocasión para condenarlo.

23,1-7 Jesús ante Pilato. La decisión de eliminar a Jesús ya está tomada por parte de los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del Templo. El motivo es aparentemente religioso: Jesús se ha autoproclamado Hijo de Dios, lo cual constituye una herejía; pero sabemos que en el fondo hay motivos más que religiosos para quitar a Jesús de en medio; definitivamente su presencia y sus enseñanzas resultan demasiado incómodas y peligrosas para la «estabilidad» de la nación, para la «seguridad nacional». Con todo, Pilato no encuentra motivo suficiente para la condena a muerte (4), de ahí que los acusadores tengan que convertir la acusación religiosa en otra de tipo político, de alcance nacional: «Está alborotando a todo el pueblo enseñando por toda Judea; empezó en Galilea y ha llegado hasta aquí» (5), insistiendo en lo peligroso que resulta para el imperio (2). 

23,8-12 Jesús ante Herodes. Lucas subraya la alegría de Herodes al ver a Jesús, quien tenía curiosidad por conocerlo debido a los comentarios que había escuchado sobre Él, incluso esperaba presencia algún milagro. Sin embargo, Lucas resalta que este no es el modo de conocer a Jesús, y de ahí el silencio que guarda el Maestro ante el Tetrarca. Herodes, que sabe de lo difícil y complicado que es ser rey bajo un dominio tan «omnipotente» como el romano, toma las supuestas pretensiones de Jesús como una broma. Él y su guardia se burlan de Jesús y como «rey de burlas» lo devuelve a Pilato (11).

23,13-25 Condena de Jesús. De nuevo ante Pilato, Jesús es hallado inocente. Pilato insiste en que no ve necesario aplicarle la pena capital; propone que una buena reprimenda será suficiente, pero los enemigos de Jesús insisten que debe morir. Pilato no tiene más remedio que ceder a la presión de los judíos. Lucas deja claro que el juicio y la condena de Jesús son desde todo punto de vista irregulares e injustos. En el juicio, Jesús no ha tenido oportunidad de defenderse; en la sentencia, ni Pilato ni Herodes han hallado culpa. No obstante, debido a la saña de las autoridades judías, la sentencia es dada.

23,26-49 Crucifixión y muerte de Jesús. El relato de la pasión en el Evangelio de Lucas es el más sobrio de los cuatro evangelios. Lucas evita narrar los detalles humillantes de los maltratos que Jesús sufrió, como las bofetadas, los azotes y la corona de espinas. Esto se debe a su sensibilidad humana y su profunda veneración por Jesús, que no le permite presentar esos sucesos de la misma manera que Marcos y Mateo. La principal preocupación de Lucas es resaltar la injusticia cometida contra Jesús, mostrando hasta qué punto puede llegar la intolerancia y la obstinación de una nación que se niega a aceptar que Dios se está manifestando plenamente en Él. Esto se refleja en las palabras de Jesús en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (34). Además, Lucas considera que es mucho más importante la manera como asume Jesús este momento definitivo: cuando podría ser objeto de lástima y de compasión, Él está dispuesto a consolar y animar a quienes lo lloran (28-31); cuando cualquiera respondería con violencia a las burlas y los insultos, Jesús responde con el perdón; tratado como malhechor y puesto entre malhechores, Jesús acoge al ladrón arrepentido y le promete su compañía en el reino. En suma, para Lucas el momento de la cruz es el momento cumbre de la vida de Jesús, aquí es donde queda a la vista de todos, demostrada y atestiguada la realeza de Jesús: rey justo que perdona, acoge y comparte su reino con quienes quieran aceptarlo.

23,50-56 Sepultura de Jesús. Lucas, igual que los demás evangelistas, conserva el nombre de quien se ocupó del cuerpo sin vida de Jesús para sepultarlo: José de Arimatea. Es curioso que sea él y no ningún discípulo quien se encarga de esta tarea. También aquí Lucas quiere subrayar el distanciamiento de los discípulos con el fin de darle muchísimo más realce al reencuentro con el Resucitado y el cambio de actitud que acaecerá en la comunidad apostólica. 

24,1-12 Resurrección de Jesús. Es importante tener presente que los cuatro evangelios afirman la resurrección de Jesús, pero no la relatan; es decir, no describen ni el momento preciso ni la manera cómo Jesús resucitó; indicación de que la resurrección de Jesús no es histórica en el sentido moderno del término. La expresión «al tercer día» hay que interpretarla como un tiempo indeterminado, el suficiente para comenzar a formarse en la conciencia de los discípulos y en la comunidad la fe sobre la resurrección. Quienes están a la cabeza de este proceso de fe son precisamente las mujeres, las mismas que vinieron con Jesús desde Galilea; ellas, a fuerza de ir al sepulcro, lugar de los muertos, comienzan a captar que ese no puede ser ni el lugar ni el destino de Jesús; la fe de las mujeres comienza un giro distinto: ahora ya no se trata de seguir a Jesús y servirle materialmente (cfr. 8,1-3); sino, de una manera nueva: a través del anuncio de su resurrección; por eso ellas se ponen en camino e inmediatamente van a anunciar a los demás discípulos la resurrección del Señor. Lucas insiste en que ninguna prueba material sería suficiente para demostrar la resurrección de Jesús; luego, la cuestión aquí no es «probar» la resurrección, sino abrirse a una experiencia de fe totalmente nueva y distinta. 

24,13-35 Camino de Emaús. Los discípulos han hecho un camino con Jesús; pero, mientras el camino de Jesús tiene por meta final llevar a cumplimiento el designio salvífico del Padre, el camino de los discípulos termina en decepción, tristeza y frustración, «esperábamos que él fuera el liberador de Israel» (21). Este es el momento propicio que aprovecha el Resucitado para comenzar a rectificar el camino del discípulo, y lo hace a partir de dos elementos: el primero tiene su fundamento en la Escritura, por eso parte de ella y la explica punto por punto hasta que ellos la entienden. El segundo elemento es la parte vivencial de la Escritura que ya Jesús había puesto en práctica a lo largo de su vida y que quiso simbolizar con el gesto del compartir la mesa; aquí la comparte con dos de los discípulos, pero durante su vida la compartió con toda clase de hombres y mujeres. Los discípulos manifiestan lo que producía en ellos la explicación de la Escritura: el ardor, la fuerza de la gracia; necesitaban ver también el signo de la mesa/pan para ahora sí entenderlo todo y salir corriendo a contarlo a los demás.

24,36-53 Se aparece a los discípulos – Ascensión de Jesús. Poco a poco, la comunidad de discípulos se va «contagiando» de la fe en la resurrección. Lo que comenzó como una experiencia individual se convierte en una vivencia compartida por toda la comunidad. Seguramente fue necesario experimentar las dudas, el temor, el sentimiento de frustración y de derrota; por eso, esas primeras experiencias de fe en la resurrección y de adhesión total al Resucitado son confusas: creían estar viendo a un fantasma (39); sin embargo, el Resucitado no se «rinde», es comprensivo con sus discípulos y por eso de nuevo, como en el pasaje de Emaús, acude a la Escritura y les abre las mentes para que entiendan, y una vez más utiliza el símbolo de la comida. Así, la comunidad de discípulos termina todo un proceso formativo, recordando las palabras y los signos del Maestro durante su vida pública. Ellos y ellas quedan ahora habilitados para ser testigos en todo el mundo, comenzando por Jerusalén.