Su vigencia es actual y nos sigue cuestionando más allá de cualquier frontera. Porque la voz profética no tiene tiempo y es siempre actual y renovada.
Un artículo que el entonces Arzobispo de Buenos Aires, publicara en 1991 y que se reedita en el tiempo de Adviento del año 2005 bajo nuestro sello Editorial. En el prólogo el actual Papa Francisco, explica la necesidad de esta reedición: ” en las reuniones con organismos arquidiocesanos y civiles de nuestra ciudad aparece con frecuencia, casi constantemente, el tema de la corrupción como una de las realidades habituales de la vida”.
En 1991 Argentina vivía una década económica ficticia, en un contexto social decaído por el derrumbe de la Industria Nacional y una política corrupta y narcisista. El mapa de la corrupción era visiblemente escandalizador, pero el presunto bienestar económico colaboraba en el silencio cómplice de algunas voces.
La Conferencia Episcopal Argentina declara con voz profética que “existe una corrupción generalizada”. En este contexto, el Cardenal Jorge Bergoglio, elabora esta reflexión clara y breve, realizando una sutil diferencia entre pecado y corrupción, aplicable a toda la vida del ser humano y no sólo a una realidad puntual, aunque ésta haya sido la que dio origen e inspiración a este artículo.
“La corrupción, más que perdonada, debe ser curada”
“Cuando algo empieza a oler mal es porque existe un corazón encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de autobastarse; hay un corazón podrido por la excesiva adhesión a un tesoro que lo ha copado”.
“El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad. (…)
Por ejemplo, cuando un corrupto está en el ejercicio del poder, implicará siempre a otros en su propia corrupción”.
“En el núcleo mismo del juicio que hace un corrupto se instala una mentira, una mentira a la vida, una mentira metafísica al ser que, con el tiempo, se volverá contra quien la hace.
En el plano moral esto es evitado, por los corruptos, proyectando su propia maldad en otros”.
El Cardenal ha dividido en capítulos su trabajo, que anticipan un análisis decidido del inquietante tema: “Método”, “La inmanencia”, “Aparentar”, “Comparar”, “De la comparación al juicio”, “Y del juicio a la desfachatez”, “Triunfalismo”, “Mirando al tiempo de Jesús” y “La corrupción del religioso”.
Nuestro actual papa Francisco advierte que la cotidianeidad espiritual es una forma de corrupción también para los hombres y mujeres consagrados, a quienes alerta para alejarse de la mediocridad y la tibieza. En el libro recurre a abundantes referencias bíblicas para constatar que el corazón no quiere problemas, tampoco entre los religiosos.
Hoy vuelve a reiterar, como Papa, esta misma idea cuando nos dice: “En la Iglesia hay lugar para pecadores, no para corruptos” ( homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta 3. de junio 2013)